A Coruña, 28 de abril, Teatro Rosalía Castro. El funeral. Texto y dirección, Manuel M.
Velasco. Intérpretes: Concha Velasco, Jordi Rebellón, Irene Gamell, Irene Soler
y Emmanuel Medina. Vestuario, Ion Fiz. Escenografía, Asier Sancho. Diseño iluminación,
José Manuel Guerra. Música, Juan Cánovas y Juan Robles de la Puente. Diseño
peluquería y maquillaje, Lola Gómez. Edición vídeo, Antonio Durán, David
Cortázar y Francisco Martínez. Diseño gráfico, David Sueiro. Escenografía,
Escénica integral. Utilería, Roberto del Campo. Jefe de producción, Marco
García. Jefe técnico, David Pérez Arnedo. Ayudante de dirección, Irene Soler.
Ayudante de producción, Alejandra Freund. Meritorios de producción, Paula
Fumagalli y Cristina Blanco. Regidor/Gerente, Leo Granulles. Técnico de sonido,
Arsenio Fernández. Técnico de luces, Alfredo Guijarro (Taxa). Maquinaria, Juan
Manuel Higuera. Sastra, Rosa Castellano. Productor, Jesús Cimarro. Voces en
off, Evelia Flores, Javier Velasco e Irene Soler. Reportera, Natalia Sprengler.
“Lucrecia Conti es una enorme diva del teatro que ha fallecido y a cuyo
funeral asistís hoy”, escribe Manuel M. Velasco escribe en el programa de mano de
El funeral, en el que añade que Concha
Velasco le pidió “una comedia blanca muy loca que remitiera a El fantasma de la ópera, Sunset Boulevard, Mary Poppins o La bruja
novata”. Pero remitir no es lo mismo que citar títulos, por mucho que todos
estos y alguno más sean nombrados en el texto. Vayamos por partes, como en
algún momento debió de decir Jack el Destripador.
A telón abierto [por cierto, ¿sigue habiendo telones en los teatros?
porque hoy resultaría realmente original, incluso rompedor, comenzar una obra tras
alzar el telón] y con el sonido de canto gregoriano y una campana doblando a
muerto, el espectador se halla ante un velatorio. Paredes en blanco y negro, coronas
de flores blancas, apenas manchada una
de ellas por un toque en rojo, y presidiéndolo todo, un féretro de perfiles metálicos
y cristal que deja entrever el cadáver de Lucrecia.
Concha Velasco ante el cartel de El Funeral |
Entran en la escena dos mujeres
jóvenes de luto riguroso que invitan a los espectadores a subir al escenario -a
presentar sus respetos al cadáver, se supone-. Son las dos nietas de la diva,
de caracteres tan opuestos como distante parece su nivel de inteligencia. Al parecer,
el Ministerio [de Cultura, se supone] le ha organizado un funeral oficial en un
teatro –justo aquel en el que se represente la obra- y los espectadores de la
función son también “personajes”, admiradores de la actriz que asisten al
funeral, y como a tales se dirigen las nietas de la finada: una prudente y sensata,
muy bien interpretada por Irene Soler; la otra, [deduzca usted mismo sus “cualidades”],
encantadoramente encarnada por Irene Gamell.
La lectura de las últimas voluntades de la difunta, a través de una
carta-testamento marca el camino del argumento: Lucrecia Conti era inmensamente
rica porque supo invertir en empresas muy rentables sus fuertes ingresos como
actriz. Pero sus descendientes no las controlarán en absoluto, pues las
considera absolutamente incapacitadas para ello. Tras entrar en escena un entre
supuesto y posible nieto de inteligencia y perspicacia pareja a la de la Maite de
Irene Gamell –mas que correctamente interpretado por Emmanuel Medina- luces,
sonido y humo escénico a tutiplén (ya saben, en abundancia, a porrillo[1])
anuncian el prodigio: la presencia de la difunta rediviva (pues eso: aparecida,
resucitada1) entrando a escena por el pasillo central del patio de
butacas y lanzando un “esto es una aparición” que arranca el primer aplauso
espontáneo del público de los muchos que se sucederán a lo largo de la noche.
A partir de este golpe de efecto y de los caracteres de estos tres personajes
secundarios - a los que pronto se unirá el representante de la diva, un caradura
y aprovechado muy bien personificado por el siempre eficaz Jordi Rebellón-, el
espectador avisado (ya saben, prudente, discreto, sagaz 1) empieza a
maliciarse (recelar, sospechar, presumir algo con malicia 1) los
derroteros por los que transcurrirá la obra.
Concha Velasco como Lucrecia Conti |
El funeral está escrita para el
lucimiento de una eximia actriz, Concha Velasco, seguramente una de las mejores
que ha dado la escena española a lo largo de su historia. Y a fe que esta gran
dama del teatro aprovecha el texto al máximo, incluso por encima del 100 %. Pero
este da de sí lo que da de sí: una serie de “scketchs” mejor y/o peor encadenados,
con continuas citas a los programas de televisión de la peor calidad –y, como
consecuencia casi natural, con la mayor audiencia-, interpelaciones a los
espectadores para que estos respondan y frases que inevitablemente han de
rematarse desde el auditorio. Lo que no deja de ser un recurso fácil para mantener
su atención aumentando su implicación emocional.
Vamos, lo que en política se ha llamado siempre demagogia (práctica
política consistente en ganarse con halagos el favor popular 1) o el
populismo (tendencia política que pretende atraerse a las clases populares 1)
tan en boga en los últimos tiempos. Puede que aplicar en estos términos a una
crítica teatral sea extraño, pero también lo es asistir a una función media
hora después de cerrarse los colegios electorales. Sobre todo después de toda
una campaña electoral que viene durando media vida y ha aportado sobre todo toneladas
de inconveniencias, insultos y exabruptos. Además, uno se siente animado a ello
por la alusión a esta jornada electoral por
parte de Rebellón o la de Concha Velasco a la Liga de fútbol con su “para qué,
si ya ha ganado el Barça”. Por cierto, tal vez esta “charcutería” [cuyo eslogan
bien podría ser “Velasco y Rebellón, morcillas a mogollón”], en la mejor
tradición del teatro cómico español, sea parte de lo más logrado de cuanto se oye
en escena.
Irene Soler, Irene Gamell, Concha Velasco, Jordi Rebellón y Emmanuel Medina |
No es esto, no es esto
Posiblemente, la frase orteguiana sea el mejor comentario al texto de El funeral. Porque no; no es esto. Una
actriz con el historial de Concha Velasco y los sufrimientos personales que han
jalonado su vida durante estos últimos años se merece un texto de máxima calidad
que le permita mostrar todas sus cualidades como dramática… o como actriz de
comedia. Pero de alta comedia no lo que se supone que sea este malogrado texto,
quizás solo útil para hacer caja.
Y es que uno no puede por menos de recordar a la Concha Velasco que hizo la
Mariana Pineda de Las arrecogías del
beaterio de Santa María Egipciaca; o la protagonista de la deliciosa Yo me apeo en la próxima ¿y usted?, de
Adolfo Marsillach, primero con Pepe Sacristán y luego con el propio autor; o la
Teresa de Jesús de la serie de
Televisión Española. Y no digamos de su Hécuba
del Festival de Mérida, interpretada por Velasco con honor y gloria por toda
España.
Es mi enorme admiración por esta grandísima actriz la que me hace
expresarme en estos duros términos. Y es mi respeto por cuantos se arriesgan a subir
su trabajo a un escenario –autores, técnicos y actores- lo que me hace medir al
máximo mi opinión y revisarla hasta el infinito. Concha Velasco se merece todas
las ovaciones recibidas en esta función y muchas, muchísimas más. Y no digamos
cuando al final de la representación se dirigió al auditorio para agradecer lo
que ha supuesto la ciudad y el público en estos últimos meses, cuando hubo de
suspender la última función programada a causa de una enfermedad.
Fue profundamente emocionante escucharla y sentir con ella el calor de esa
relación de los cómicos y técnicos como familia que se proporciona la mejor
ayuda y cuidados en momentos de zozobra. Y conmovió escucharle decir cómo
sintió la necesidad de volver. Sí, la “la función debe continuar”; y si es
imposible, se debe retomar. Aunque sea a rastras; aunque sea meses después.
Porque así son los hijos de Talía. Y Concha Velasco ha de ser
para cuantos amamos el teatro -por muchos años pero con el mayor sosiego- lo
que un ayuntamiento nombraría como hija predilecta.
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