03 mayo, 2017

Un cuchillo en la garganta








A Coruña, Teatro Rosalía Castro. Incendios, de Wajdi Mouawad en traducción de Eladio de Pablo. Dirección, Mario Gas. Reparto por orden de intervención: Ramón Barea (Hermile Lebel; el Médico; Abdessamad y Malak); Álex García (Simón; Wahab y el Guía); Carlota Olcina (Jeanne); Alberto Iglesias (Ralph, Antoine, Miliciano, El conseje; El hombre, Chameddine); Laia Marull (Nawal joven); Germán Torres (Nihad) Nuria Espert (Jihane; Nazira; Nawal); Lucía Barrado (Elhame; Sawda). Escenografía, Carl Filion. Vestuario, Antonio Belart. Videoescena, Álvaro Luna. Iluminación, Felipe Ramos. Espacio sonoro, Orestes Gas. Sonidista y vídeo, Enrique Mingo.Fotografía, Ros Ribas. Producción gira, Ysarka S.L. 


Nuria Espert, la gran protagonista de Incendios


Así nos sentimos muchos aficionados al final de la representación única de Incendios en el Teatro Rosalía Castro de A Coruña. Con un cuchillo de clavado en nuestra garganta. Como si un Alejandro Magno redivivo pretendiera cortar el nudo gordiano de emociones que se había ido acumulando en ella frase a frase, escena a escena, a lo largo de la obra creada por Wajdi Mouawad.

Incendios es una obra inmensa, más en sentido cualitativo que en cuanto a dimensiones. Por las circunstancias de tiempo y espacio en las que se desarrolla a lo largo de las tres horas largas de la versión que ahora se representa, podríamos calificarla como una obra llena de épica. Por las vivencias que el texto hace vivir a sus protagonistas, está cargada de un gran dramatismo; libre, eso sí, de cualquier blandura ni concesión al sentimentalismo.

Ramón Barea, Álex García y Carlota Olcina


La escena inicial es la lectura por parte de un notario –amigo y albacea testamentario por voluntad de la difunta- de sus últimas voluntades, que confunden a sus hijos. Éstos son dos mellizos, Jeanne y Simón, de poco más de veinte años, que no comprenden que, después pasar de cinco años en el más absoluto y voluntario silencio, su madre les encargue encontrar a su padre –que creían muerto- y a un hermano cuya existencia desconocían. Y que, una vez encontrados éstos, les hagan entrega de un sobre a cada uno, tras lo cual y sólo entonces podrán leer el mensaje que les dirige a ellos dos.

Rompecabezas
Dice Nawal que “hay verdades que no pueden ser reveladas más que a condición de que sean descubiertas”. Lo que se revela a partir de la lectura de ese testamento es un viaje cuasi iniciático de Jeanne y Simón en busca de las verdaderas raíces a través de la historia de su madre. Mouawad nos va mostrando simultáneamente el itinerario vital de sus protagonistas en una especie de viaje por diferentes lugares a través del tiempo y en él va sacando a la luz todos los datos, todos los detalles que necesitaremos para comprender toda la intensidad y extensión del drama que nos presenta.

Detalles que son como como piezas de un inmenso rompecabezas espacio-temporal. Datos que sólo nos permitirán comprender toda la grandeza y miseria de la vida de este grupo de seres humanos cuando hayamos logrado colocar cada uno en su tiempo y lugar. Desde la primera juventud de Nawal, hasta el inicio de su postrer silencio.


Nuria Espert



Un texto lleno de tensión dramática y saltos adelante y atrás en el tiempo necesita una escenografía, iluminación y apoyos visuales que permitan una puesta en escena imaginativa, de ritmo muy ágil y con una excelente dirección de actores. Mario Gas, que tiene sobradamente demostradas estas capacidades, las pone al servicio del texto. Las escenas se suceden sin solución de continuidad y la acción, llena de dinamismo, no resta ni un ápice de importancia al texto, el verdadero hilo conductor de la obra. La magia de Gas no es sólo hacer compatibles ambos aspectos sino jerarquizarlos idóneamente.

Una puesta magistral
La iluminación nos permite percibir con un mero cambio de intensidad o color los diferentes tiempos y lugares de la acción. La escenografía se limita a la división del escenario en tres partes, con los dos tercios laterales cubiertos de arena desde los que el pasado aprisiona e invade el presente y una rampa central que asciende hasta un muro en el que se abre una puerta central practicable. Todo ello es completado por un atrezo sobrio, con sólo los elementos necesarios para el desarrolllo de la acción.

Escena de Incendios


El vídeo es en demasiados montajes un mero complemento de texto o acción o incluso distrae la atención debida a éstos. El creado por Álvaro Luna se convierte en coprotagonista de Incendios, tanta es la fuerza con la que explica o incluso describe situaciones y sentimientos. Luz, vídeo y caracterización son protagonistas esenciales en una escena, la del autobús, que permite comprender el rumbo definitivo en la trayectoria vital de la Nawal joven.

Niña, mujer
Ésta está magníficamente interpretada por Laia Marull desde su aparición como una joven enamorada de 15 años que se enfrenta a las peores costumbres y tradiciones de su pueblo, de cuyas esencias es portadora Nazira, su madre. La Nawal embarazada quinceañera recibe de su abuela el encargo de una redención por el conocimieneto (leer y escribir, algo impensable entre los suyos) que habrá de sembrar en su pueblo como el mejor grano y que permitirá a la propia Jihane habitar por siempre la primera sepultura identificada del cementerio local.

Marull se crece en la Nawal que recorre su aventura vital marcada por las guerras del Líbano -guerras sin localizar en esta ocasión, lo que da a su  vida una proyección más actual al tiempo que universal-. Porque Nawal es una víctima de la guerra aunque salga viva de ella; como lo es hoy día cualquier mujer que tenga que huir de su hogar; cualquier refugiada -o buscadora de ese refugio antes ofrecido y luego denegado por tantos gobiernos europeos-; cualquiera que luche por una causa justa en busca del bien; cualquiera que sea encarcelada; que sea violada. La actriz da carne e insufla espíritu a todas esas mujeres haciendo que nuestra mirada pase del personaje de Nawal a las personas a las que éste simboliza.


Lucía Barrado y Laia Marull



Nawal se ve acompañada en su peripecia por un personaje interpretado por Lucía Barrado, Sawda, que la sigue como a un mesías. La gran tensión dialéctica que surge en los diálogos entre ambas mujeres y la soberbia interpretación la de ambas actrices mantienen en vilo la atención del público. gran construcción en la Jeanne de Carlota Alcina, que va creciendo a medida que pasan los minutos y las escenas de su personaje desde la inicial profesora un tanto aislada en su mundo de números a la hija que ve la luz a través de la tragedia de su madre.

Viajeros
Y siempre tirando del personaje de Simón, bien interpretado por Álex garcía en su simplicidad limitada a sus horizontes mentales de boxeador, lleno de desprecio y odio hacia su madre. Pero aún mejor cuando su interpretación evoluciona con el carácter y la curiosidad final del personaje.

Carlota Olcina y Álex García 


Del resto de personajes masculinos destaca la ductilidad de Ramón Barea, desde el notario incontinente verbal a los –por viejos- sabios de aldea, pasando por el dolorido distanciamiento de ese médico cuya sensibilidad se ha llegado a cauterizar por el continuo horror de tanta violencia. Alberto Iglesias da cuerpo a seis personajes distintos logrando que apenas se reconozca en ellos al actor, lo que no es poco mérito y Germán Torres hace un Nihad más que posible en ese mundo de atrocidades. Su desapego de la Humanidad, con mayúscula, o de la simple humanidad hace que cada una de sus frases sacuda al espectador como una descarga de alto voltaje.

La anciana
Nuria Espert es la penúltima de los actores en aparecer sobre el escenario, que había sido conquistado por méritos propios de quienes la preceden. Espert se adueña de él con su sola presencia antes de abrir la boca y sin apenas moverse, pero lo mejor es que no anula al resto del reparto: lo potencia en sus diálogos y en sus monólogos. La madre inflexible y de dureza berroqueña; la Nazira abuela encantadora y lúcida por encima de sus posibilidades, a la que cualquiera adoraría, que intenta salvar el futuro de su nieta nadando a contracorriente de su cultura.

Laia Marull y Nuria Espert


Y es la madre anciana que se encuentra con su pasado como si hubiera sido lanzada hacia un muro de lanzas afiladas que han de herir su alma mortalmente hasta sumergirla en un silencio espeso, viscoso, inmovilizante de cuerpo y alma que la separa de sus hijos, hasta tal punto que la última frase que pronuncia antes de su silencio absoluto es Ahora que estamos juntos, todo va mejor. ¿Un deseo? ¿Una realidad?

Sólo viendo la obra se puede saber.Tras su gira, Incendios volverá durante los meses de junio y julio a Madrid y se representará de nuevo en el Teatro de la Abadía, en el que se estrenó. No debería perdérsela nadie a quien le guste el teatro; incluso a quienes sólo les gusta el mejor teatro. Porque Incendios pertenece justo a esta categoría.




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