18 abril, 2017

Desenganchados de la vida





A Coruña, Teatro Rosalía Castro. Yo, Feuerbach, de Tankred Dorst, en versión y adaptación de Jordi Casanovas. Dirección,Antonio Simón. Reparto: Jordi Casanovas; Samuel Viyuela González; voz en off, Nuria garcía. Escenografía, Eduardo Moreno Rodríguez. Vestuario, Sandra Espinosa. Diseño de iluminación, Pau Fullana. Diseño de sonido,Nacho Bilbao. Coproducción de Grec Festival de Barcelona2016, Velvet Events y Buxman Producciones. 


Pedro Casablanc

Inactivo desde hace siete años, como sabemos apenas iniciada la función, el actor Feuerbach se enfrenta a un casting. Una experiencia impensable para quien lo ha sido todo en la escena de su país (“una cima de intensidad” según el propio personaje), que se convierte en una vivencia más insoportable e intensa  a medida que transcurre la representación. La humillación que le supone tener que someterse a la prueba y ser examinado por un director con el que obtuvo grandes éxitos le resulta humillante; la ausencia de éste, sustituido por su ayudante de dirección, hiere su orgullo de antiguo divo de la escena.

A partir de ahí, acción y texto el texto irán descubriendo las preocupaciones del personaje como quien desnuda una cebolla. Su primera frase, “¡Luz! ¿Alguien me ve?”, es como el grito de socorro de un náufrago perdido de noche en el mar. El desprecio inicial hacia el ayudante, fruto del orgullo de quien se sabe en inferioridad, puede darse la vuelta como un calcetín en cualquier momento. Su imaginación teatral puede convertir una mera silla en centro de una y mil representaciones fingidas y su hiperquinesia pueden llegar a convertirse en paralización. La exhibición de toda su pirotecnia actoral ,con voz tonante y rebuscado lenguaje, y su recreación de los personajes que hicieron de él lo que es pueden volverse contra él.


Pedro Casablanc


El personaje del actor -teatro dentro del teatro- es el de cualquier persona a la que un despido, un divorcio, una enfermedad o cualquier otra vivencia rompen su ritmo vital, desencadenando su propio drama personal e intransferible pero contagioso para quienes la rodean. El problema de Feuerbach es el de tantas personas en plenitud familiar, social o laboral -en plenitud humana en definitiva- que sufren el gran parón de su actividad, cualquiera que ésta sea. De este desenganche de su vida muy pocos pueden verdaderamente recuperarse. Una situación que se ha multiplicado hasta el infinito por eso que llaman crisis económica de la que tantos están saliendo –quienes nunca la sufrieron o aquéllos a quienes benefició- y por la que muchos más se han quedado en la cuneta; esta vez, en singular y esperemos que metafóricamente.

La actuación de Casablanc es soberbia en todos los sentidos. Nos decía el director de un grupo de teatro aficionado de los setenta que no hay nada más difícil de representar que un mal actor. Cierto. Pero el personaje de Feuerbach es quizás más difícil que el de un simple mal actor. Porque necesita muchísima más matización y él se la da, clavando al actor anticuado y pomposo con el punto justo de exageración.

Pedro Casablanc


Un pequeño detalle: En un momento de la función, Feuerbach cuenta cómo desgranaba “perlas” (cuentas) de un rosario y se las lanzaba al público a instancias de un director. Casablanc acompaña el gesto con un chasquido de labios al que da una afinación prácticamente perfecta: una diferencia de un tono de izquierda a derecha y de un semitono cuando mira al frente. A lo largo de toda la función matiza muy finamente el gesto facial y corporal. Gestualización que potencia cuando habla y dice casi más cuando calla. Su expresión durante los silencios gana en matización en proporción directa de su duración, hasta llegar a doler en el giro argumental definitivo. El verdadero y doloroso clímax de la obra.

Toda su actuación es un prodigio de técnica al servicio de un texto tan adaptado como su interpretación, al servicio del personaje. Porque Casablanc pone sobre el escenario no sólo al viejo actor en busca de un papel sino también al hombre que busca desesperadamente una tabla a la que agarrarse para seguir, aunque sólo sea flotando, enganchado a la vida. Y ahí es donde tantos espectadores pueden verse reflejados. A sí mismos o a cualquiera de esos familiares, amigos o conocidos -¿quién no lo ha sido o no tiene alguno?- a los que la vida ha dejado tirados.


Pedro Casablanc y Samuel Viyuela González


La iluminación de Fullana acompaña y el sonido de Nacho Bilbao realzan texto y situaciones. La escenografía de Eduardo Moreno y la dirección escénica de Antonio Simón tienen la austeridad y sencillez necesarias para poner en valor el desarrollo del personaje por parte de Casablanc. Finalmente, la versión de Casanovas hace avanzar el drama con una gran fluidez sin interrupciones innecesarias en todo un tour de force escénico del que Casablanc sale triunfante. Samuel Viyuela González le acompaña más que adecuadamente y pone en cada momento el contrapunto idóneo al protagonista. A destacar, su aparente acercamiento al protagonista en una especie de trasvase de personalidades que recuerda la locura final de Sancho, cuando a la muerte de Don Quijote anima a su amo a seguir sus aventuras.



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