11 abril, 2019

Paráfrasis y sugerencias; nacer y renacer






A Coruña, 6 de abril, Palacio de la Ópera. Real Filharmonía de Galicia. Paul Daniel, director. Nicholas Angelich, piano. “PARAFRASEANDO A SCHUMANN”. Programa: Robert Schumann, Carnaval, op. 9 (varios orquestadores); Robin Holloway, Scenes from Schumann, op. 134; Xabier Mariño, Sálvora; Robert Schumann, Concierto para piano y orquesta en la menor, op. 54.



La Real Filharmonía de Galicia ha celebrado su tercer concierto de esta temporada en A Coruña, el segundo dentro de los ciclos de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia. Por primera vez, el grupo de abonados a los conciertos de los sábados de la OSG han tenido ocasión de contrastar la calidad de la orquesta radicada en Santiago, calidad que se puso de manifiesto ya desde la primera obra programada, como idóneo escaparate de la flexibilidad de la RFG ante las orquestaciones que de la obra pianística de Schumann hicieron una decena de compositores rusos y un letón y el buen hacer de Paul Daniel para destacar los diferentes climas sonoros propuestos por estos.

Real Filharmonía de Galicia. Paul Daniel


Schumann dedicó al lied una parte importante de sus esfuerzos como compositor. En sus Scenes from Schumann, Holloway no se limita a transcribir u orquestar seis lieder del autor alemán sino que parafrasea, cita brevemente o alude al músico alemán o lo fusiona con otros. El resultado es, como en el caso del Carnaval, una muestra algo caleidoscópica, pero en ella subyace y domina su propia personalidad, claramente británica, que como tal fue fielmente traducida a sonido por Daniel y la Filharmonía.

Mariños frente a vikingos
Tras el descanso, la RFG hizo nacer Sálvora, de Xabier Mariño (Ponteareas, 1983), una obra de ambientes en los que dominan las sugerencias sonoras. Desde el batir de los timbales y trinos de las trompas como el presentimiento de un peligro, al sonido de las maderas como cuadro sonoro pintado sobre el telón de la cuerda baja. Acaso la respuesta de los isleños, quizás esa figura fantasmagórica de sirena y el estremecedor sonido de su canto, al que alude el compositor en su texto sobre la obra, como pudiera ser el sonido en vacío de las trompas. En cualquier caso, se trata de una obra que envuelve a quien la escucha en un aura de sonido que de alguna forma hechiza y atrapa. Hasta tal punto que su final -con la simetría de los timbales alejándose en un morendo similar a un latido que se esfumara, que se disolviera en la bruma- deja con ganas de escuchar más. Tal vez de escuchar de nuevo Sálvora ; o quién sabe si una continuación inspirada en otras de nuestras islas atlánticas.

Xabier Mariño



Y Schumann renacido
Hace como medio siglo que tengo el Concierto para piano, op.54 de Schumann como paradigma del concierto instrumental romántico indisolublemente unido al de Grieg, escrito en la misma tonalidad de la menor. Es el recuerdo de aquellas tardes de sábado de finales de los sesenta, cuando un amigo auxiliar de vuelo aportaba al grupo las últimas novedades en forma de discos de vinilo que él  adquiría en París, Londres o Nueva York y que era imposible lograr en España.

Nicholas Angelich



La versión de Nicholas Angelich el sábado en el Palacio de la Ópera se acerca en gran medida a aquella primera figuración mental que marca tanto el gusto y el criterio: la que surge de la escucha de una obra en momentos iniciáticos. Es como el renacer de una idea primigenia de la obra. Con la peculiaridad de una delicadeza y atención al detalle pocas veces escuchadas a lo largo de estas casi cinco décadas; condición que desde luego redondea el carácter del  Allegro affettuoso inicial y el Allegro vivace final sin hacerles perder su fuerza y dinamismo intrínsecos. El Intermezzo: Andantino gracioso, en cambio, ganó en intimidad el punto que pudo perder de pasión. Daniel hizo un acompañamiento adaptado como un guante a cada momento del discurso de Angelich. Los solos del oboe de Christina Dominik y del clarinete de Beatriz López fueron hermosísimas incrustaciones en el tejido general del concierto. La gran ovación del público de A Coruña fue recompensada con un Chopin de oro que hizo arder las palmas.