23 mayo, 2021

Como en casa…




 


A Coruña, 21 de mayo, Palacio de la Ópera. Orquesta Sinfónica de Galicia. José Trigueros, director; María José Ortuño, flauta. Programa: Claude Debussy (1862-1918), Petite suite, L. 65 (arreglo de Henri Büsser, 1907); Jacques Ibert (1890-1962), Concierto para flauta y orquesta; Francis Poulenc (1899-1963), Sinfonietta, FP 141.


…en ninguna parte; aunque tengas problemas con el casero; aunque al llegar encuentres ocupada alguna de sus estancias; aunque no sea la mejor ni la más cómoda; aunque tengas sensaciones extrañas mientras te acomodas en un sillón que no es el de siempre; aunque hayas estado ausente demasiado tiempo y te cueste reconocer a tus vecinos, todos enmascarados por culpa del maldito virus. Pero es tu casa; con todas sus carencias pero también sus cualidades. Y valoras estas como recién descubiertas, obviando en lo posible aquellas, que al fin y al cabo es tu casa.

El concierto de la Sinfónica del viernes 21 se celebró en el Palacio de la Ópera de A Coruña; o sea, en casa. Y con los de casa, que dirigía José Trigueros y tocaba como solista María José Ortuño. Lo que añade un plus de emoción al concierto pero de ninguna manera influye en la apreciación crítica.


Cartel del concierto


La Petite suite de Debussy, igual que su Preludio a la siesta de un fauno, tiene su origen en la admiración del compositor por la poesía simbolista: si este tuvo su origen en la égloga L'après-midi d'un Faune, de Mallarmé, la Petite suite está inspirada en el libro de poemas Fêtes galantes, de Paul Verlaine. La versión de Trigueros y la Sinfónica evocó adecuadamente en las dos primeras piezas de la suite, En bateau y Cortège, el plácido ambiente de los poemas homónimos de Verklaine, imprimió la adecuada y serena alegría al Menuet y destacó el carácter festivo del Ballet final.

El Concierto para flauta de Ibert es un “tour de force” para el solista. El virtuosismo del Allegro inicial y el  Allegro scherzando que lo culmina tuvo una respuesta admirable en la flauta de María José Ortuño. Todas sus exigencias fueron salvadas brillantemente por la flautista de la OSG en un derroche de técnica al servicio de una partitura erizada de dificultades. Ortuño hizo una versión brillante, llena de virtuosísimo y con un dominio del sonido que le permite desde cantar con mayor sentimiento los pasajes más intimistas de la obra a brillar por encima de los tutti orquestales en fortíssimo.


María José Ortuño



Destacó el hermoso y necesario contraste de una gran hondura en las partes más lentas, como la cadenza del Allegro scherzando final, tocada con un carácter de gran serenidad. Las agilidades de este movimiento, tocadas con un precioso legato, estuvieron como tocadas por un estado de gracia.

Pero donde más se pudo apreciar su profundidad de concepto fue, naturalmente, en el Andante, lleno contenida emoción y expresado con un fraseo generosísimo que a alguien le pudo hacer pensar de dónde se puede sacar tanto aire para decir tanto y con tanta belleza. El final de la obra fue muy brillante. La ovación del público a la solista, calurosísima, se hizo extensiva a la orquesta, que hizo un acompañamiento realmente adecuado desde cualquier punto de vista bajo la dirección de Trigueros. La respuesta de Ortuño fue un bis de extraordinaria dificultad Mångata, reflejos de la luna en el Jerte, de Francisco López, flauta principal de la OBC.


José Trigueros


Con la Sinfonietta de Poulenc la Sinfónica y su director asociado dieron continuidad al brillo del concierto. La precisión y la plástica gestualidad de Trigueros insuflaron de animación el Allegro con fuoco inicial. El Molto Vivace tuvo un carácter notablemente “scherzante”, como de juego continuo antes de un Andante cantabile sembrado de paz, en el que destacaron los solos de los vientos y, como toda la tarde, el buen sonido orquestal. El cuarto movimiento, Finale: Prestissimo et tres gai, con sus diálogos entre cuerdas y tutti fue el remate idóneo de un brillante concierto, lleno buenas vibraciones.

Una pequeña y muy personal reflexión final

Tras casi quince meses desde el último concierto escuchado en el Palacio de la Ópera había que hacer un buen aterrizaje, llegando con bastante antelación. Un breve paseo por sus alrededores envolvió la ilusión del regreso con un velo agridulce al ver el paisaje que ha dejado la pandemia en locales cerrados y la ocupación de la Sala Mozart del Palacio de la Ópera por la redacción de un periódico local.

Así las cosas, se imponía ambientarse en el propio recinto antes del concierto. Al entrar al Palacio hay que firmar una hoja con los datos personales –que, por otra parte nadie comprueba - para seguimiento de posibles contagios Covid; bien. Lo curioso, como poco,  es que las mismas normas que obligan a cubrir el impreso desaconsejan -también como poco- compartir el uso de cualquier elemento por varias personas. Y la verdad es que media docena mal contada de bolígrafos usados una y otra vez por quienes entran no es precisamente una garantía sanitaria.

Tras un breve recorrido por el vestíbulo del Palacio y una vez acomodado en las butacas asignadas, se puede comprobar que la locución previa al concierto no incluye las oportunas instrucciones sanitarias que sí pudo escucharse en el concierto de la OSG en el Coliseum de la semana anterior. Entre esas instrucciones se incluía una salida ordenada y organizada que en el Palacio de la Ópera brilló por su ausencia. La falta del necesario “pastoreo”, como ingeniosamente lo definió un compañero, provocó que la  concentración de espectadores en el vestíbulo, escaleras y exterior del Palacio de la Ópera fuera claramente inadecuada y nada tranquilizadora.

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