11 diciembre, 2019

Carretera a la nada








A Coruña, 23 de noviembre, Teatro Rosalía Castro. La strada. Obra de Federico Fellini. Adaptación, Gerard Vázquez. Intérpretes: Alfonso Lara (Zampanó), Mar Ulldemolins (Gelsomina) y Alberto Iglesias (El Loco). Colaboración especial en vídeo, Gloria Muñoz. Dirección, Mario Gas. Diseño de escenografía, Juan Sanz. Realización de escenografía, Taller de Juan Sanz y Manuel Álvarez. Diseño de iluminación, Felipe Ramos. Vídeoescena, Álvaro Luna. Compositor banda sonora, Orestes Gas. Figurinista, Antonio Belart. Realización de vestuario, Cornejo. Diseño de sonido, Enrique Mingo. Producción: Diseño y dirección, Concha Busto. Producido por José Velasco.


La historia que cuenta La strada es una vieja conocida pero La strada no es una historia vieja. La madre de Gelsomina le vende su hija a Zampanó, un artista de circo ambulante. Gelsomina, además de ser obligada por Zampanò a actuar en las plazas de los pueblos, es insultada, golpeada y tratada por él como esclava sexual. En su deambular, se encuentran con El Loco, un equilibrista viejo conocido de Zampanó, quien lo considera como auténtico enemigo personal más alá de la rivalidad en su miserable mundo ambulante. El trato de El Loco hacia Gelsomina, una pobre adolescente en el límite de la normalidad, descubre a esta un mundo nuevo en el que ella se siente capaz de hacer cosas más allá de las escuetas y brutales instrucciones de  su amo. Y de vivir lejos de su “protección”; pero la vuelta de Zampanó desencadena el conflicto “a trè”, como las viejas sonatas barrocas; o como las eternas historias de celos, que también puede haberlos sin amor de por medio porque, al fin y al cabo también pueden ser un sentimiento desencadenado por el instinto de posesión tanto o más que por el amor.

Esta Strada alude visualmente a aquella posguerra de los 50 con el predominio de los tonos pardos oscuros del vestuario de Belart pero la dirección de Gas es más atemporal en la creación de sus tres personajes. Tal vez por eso nos los presenta en lo que se me antoja una especie de globo, entre transparente y translúcido y hecho de la misma materia que el tiempo, lo que Mario Gas define como “un halo trágico del que no pueden escapar". Viven nuestros tres personajes encerrados en su miseria por una sociedad en estado de shock, que no los mira salvo para echarles unos céntimos en el sombrero al final de su número. Una visión invertida, especular, de aquellos surrealistas personajes buñuelianos de El ángel exterminador encerrados en su lujosa cena de lujo por sus sirvientes.

El texto de Gerard Vázquez y la dirección de Mario Gas revelan quizás una inspiración, paralelismo o cita elíptica becketiana en cómo parecen esperar ese algo o alguien desconocido que desde su ausencia  nunca llegará a liberar a Gelsomina de la brutalidad de Zampanó, como no llega Godot a hacerlo con la de Lucky esclavizado tiránicamente por Pozzo en la obra de Samuel Becket.




Tres grandes en escena

La interpretación de los tres actores es realmente soberbia. El personaje de Zampanó es construido por Lara en una inquietante pero consecuente alternancia entre su brutalidad y su tristeza, haciendo surgir sentimientos encontrados hacia quien desde la platea se percibe tan víctima como verdugo. Las explicaciones al público de su número de “forzudo” tienen un cierto halo de ingenua ternura pese a su horrible comportamiento con sus compañeros de desventura.

Mar Ulldemolíns encarna una Gelsomina más que creíble. Inocente, ignorante, temerosa, dolida, tierna y soñadora, transita por cada estado de ánimo del personaje irradiando veracidad en cada momento de la función y hace que al salir del teatro uno sienta deseos de volver para rescatarla y ofrecerle todo un mundo de nuevas perspectivas vitales.

 Alberto Iglesias es una fuente de emociones a través de su gestualidad facial, tanto que bien podría haber hecho un papel de El Mudo como este, que borda, de El Loco. Pero no queda atrás su vocalidad y es a través de sus palabras como su personaje como logra abrir los ojos a Gelsomina. Y de su sonido tocando al violín (por cierto, con un barniz absurdamente brillante para ser el de un equilibrista ambulante) notas de la música de Nino Rota para el filme de Fellini. O enseñando a Gelsomina a hacer lo mismo con la trompeta (qué emoción en esas notas desafinadas) y hacerle sentir una emoción positiva, tal vez por primera vez en su vida.

Las proyecciones sobre tres pantallas, además de acercar los rostros de los protagonistas y expresar las situaciones que estos viven (esas salpicaduras de sangre, esos paisajes desolados), son un hermoso homenaje al original cinematográfico felliniano. Esta Strada de Gas tiene un cierto aire de poesía triste y desesperanzada que atrae como un potente imán en una versión para la distancia media y corta que proporcionan el escenario y las tres pantallas. Un  aire que llega al espectador sin la fuerza telúrica de la película pero tan sutil, como dice el viejo proverbio sobre el viento del Guadarrama, “que mata a un hombre pero no apaga un candil”.





Una consideración final

La aventura de estos tres desdichados es un espejo en el que cada espectador puede ver reflejada su vida más íntima; ese anhelo de progreso o crecimiento personal tantas veces imposibilitado por sus circunstancias personales o sociales. Pero también, con el foco más abierto, una proyección más amplia y actual. La mayoría de los actuales errabundos no se mueven en viejos motocarros por una carretera polvorienta sino en pateras o cayucos por otras, líquidas y demasiadas veces mortales, a las que llamamos Mediterráneo o Atlántico.



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