21 noviembre, 2019

Et lux movet in domum et vitam suam







A Coruña, 17 de noviembre, Teatro Rosalía Castro. La golondrina. Texto, Guillem Clua. Dirección, Josep María Mestres. Intérpretes: Carmen Maura (Amelia) y Dafnis Balduz (Ramón). Música, Iñaki Salvador; Escenografía, Alessio Meloni (AAPEE). Diseño de iluminación, Juan Gómez Cornejo (A.A.I.). Vestuario, Tatiana Hernández. “Coach” Vocal, Ángel Ruiz. Maquillaje  y peluquería Carmen Maura, Romana González. Ayudante de dirección, David Blanco. Construcción de decorado, Escénica Integral. Dirección de Producción, Miguel Cuerdo


Y la luz se trasladó a su casa y a su vida

Amelia, “una severa profesora de canto recibe en su casa a Ramón, un hombre joven que desea mejorar su técnica vocal para cantar en el memorial de su madre, fallecida recientemente. La canción elegida tiene un significado especial para él y, al parecer, también para Amelia”. A partir de esta escena inicial y de lo que se puede leer en la sinopsis proporcionada por la compañía -“un duro enfrentamiento entre Amelia y Ramón que los lleva a descubrir la verdad sobre su relación con un atentado terrorista islamista que sufrió la ciudad el año anterior”, el espectador avisado imagina no ya el final sino gran parte de los pasos y escenas que llevarán a él.

El texto de Clua deja en el camino una buena parte de las posibilidades dramáticas de la idea germinal de la obra. El encuentro de Amelia, madre de una de las víctimas del atentado, con quien poco a poco va descubriendo su verdadera relación con este podría haber dado lugar a un gran drama y en algún momento parece que va a serlo. Pero La golondrina es una obra comercial, claramente dirigida a un nicho de mercado: el de admiradores de Carmen Maura como actriz cinematográfica que están deseosos de verla actuar en persona sobre un escenario.


Carmen Maura
En esta singladura, tal vez por eso, tanto el autor como sobre todo el director han optado por rebajar el grado de dramatismo del texto y de su plasmación escénica. Una decisión tan válida y honradamente rentable como evasiva. Esto se hace notar especialmente en frases que salpican el texto casi de principio a fin, que habrían podido actuar como rebaja de la tensión dramática acumulada. Pero con la dirección de Josep M. Mestres se convierten en anzuelos para pescar sonrisas; y estas -quizás por el éxito en la identificación de la diana de público- devienen en risas más veces de las que sería de desear.

Probablemente los fieles mauristas habrán logrado su objetivo; por lo que se pudo ver al final de la segunda función en A Coruña, con parte del público en pie y gritando bravo, se diría que sí. Pero el dominio del pequeño gesto facial -esa causa esencial del enamoramiento de la cámara hacia los actores en general y hacia esta actriz en particular- queda anulado con la distancia. Por cierto, ¿alguien recuerda que hubo un tiempo en el que el público utilizaba un artilugio óptico llamado gemelos –impertinentes si llevaban mango- para acercarse visualmente al escenario?

Además, al menos ese día, su voz no rodó bien pese a la buena acústica del Rosalía y, lo que es peor, ni sus inflexiones vocales ni su gestualidad corporal marcaron el tono dramático que, pese a todo, se desprende de su papel en La golondrina. Una auténtica lástima dado el contenido de los monólogos –tuve que comprar el libro para conocer todo el texto- de que dispone para poder explotar todo su potencial como actriz.

Dafnis Balduf
Algo mejor dicción y menor envaramiento gestual se pudo apreciar en le actuación de Dafnis Balduz como Ramón, que también acusa, pero en menor medida, los efectos de las citadas faltas de tensión dramática de texto y dirección.

La escenografía es corpórea y realista, con un piano de media cola en el lado izquierdo del escenario y una serie de sillones y estanterías llenas de libros y álbumes de fotos que irán tomando importancia a lo largo de la obra. El predominio más significativo –y no solo por tamaño, sino también por su posible simbolismo- es de un gran ventanal a través del que se ve durante toda la función la misma foto de gruesas nubes blancas. La iluminación de estas va disminuyendo a medida que Ramón va descubriendo a Amelia su verdadera relación con Dani, el hijo de Amelia, y crece el grado de enfrentamiento de ambos personajes. Así, las nubes van oscureciéndose paulatina e insensiblemente como si su luminosidad (¿el recuerdo del joven difunto?) se trasladara al espacio entre los protagonistas; a sus vidas a partir de la función.

En estas, y esperando más trascendencia -incluso, en contra de la voluntad de autor y/o director-, se me ha venido a la memoria lo que decía Mediodiente,  personaje del sainete de Don Ramón de la Cruz El Manolo:

MEDIODIENTE           Amigo, o es trigedia o no es trigedia
                                   es preciso morir; y solo deben
                                   perdonarle la vida los poetas
                                   al que tenga la cara más adusta
                                   para decir la última sentencia

O es tragedia o no es tragedia: La golondrina pudo serlo. Pero se quedó en melodrama.


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