01 noviembre, 2018

Un bucle de resacas







Carballo, 20 de octubre, FIOT 27, Pazo da Cultura. Iphigenia en ValleKas. Texto de Gary Owen traducido y adaptado por María Hervás. . Intérprete, María Hervás. Dirección, Antonio C. Gijosa. Escenografía, Mónica Teijeiro. Sonido, Mar Navarro. Iluminación, Daniel Checa. Producción, María Hervás y Serena Producciones.  


María Hervás. Iphigenia


Gary Owen ganó el premio al mejor texto en el Festival de Edimburgo de 2015 por Iphigenia in Splott. Splott es un barrio obrero del sur de Cardiff (Gales) notablemente afectado por las diferentes crisis industriales, económicas y financieras desde la época de Margareth Tatcher a nuestros días. La adaptación de María Hervás traslada a la protagonista a Vallecas, barrio que  como cualquiera del cinturón sur –sí, también del sur; suele ser así- de Madrid tiene todos los ingredientes socioeconómicos para centrar en él la función.

Siempre hay una Ifigenia: en Áulide, en Splott, en ValleKas. Alguien a quien sacrificar en beneficio de la comunidad. ¿Pero qué pasa cuando la Ifigenia de turno decide por sí misma quiénes han de ser beneficiados por su sacrificio? ¿Y qué ocurre cuando quien puede decidir decide que esa comunidad no sea su beneficiaria? Del “He venido a cobrar lo que es mío” inicial al ¿”Y qué va a pasar cuando no podamos soportarlo más”? hay todo “un bucle de resacas” dramáticas, de emociones a flor de piel por las que María Hervás conduce a su público a lo largo de la casi hora y media que dura la representación.

María Hervás. Iphigenia


Los mil y un matices de la gigantesca interpretación de Hervás y su adaptación del texto de Gary Owen lo convierten en un mar de emociones encontradas. De de la ira a la ternura; de la provocación gratuita al sacrificio a favor del otro [1]. Ahí están -y solo así se pueden entender- las reacciones del personaje más decisivas para su vida futura. Su renuncia  a reclamar ese “nunca más sola” en el que se veía ya instalada tiene una razón, que nace de una propia fortaleza interior: “puedo soportarlo, así que lo soporto por esa niña”. Fortaleza nacida de una insospechada nobleza intrínseca, la que se necesita para ir con la verdad por delante frente a Rique, su más o menos novio, aunque le cueste truncar la esperanza de que su compañía se convierta en un alivio de sus males: “si voy a hipotecar su vida, no puedo empezar con una mentira”.

Desde el punto de vista interpretativo sorprende la enorme riqueza de registros de Hervás, tanto por interpretar la montaña rusa de sensaciones y sentimientos de la protagonista como cuando hace hablar a otras personas de su vida, que no personajes, porque personajes solo hay uno, el suyo. Y ahí afloran esa abuela con voz de “rata arrugada”, ese medio novio, Rique, producto de gimnasio de mitad para arriba porque lo de las piernas cuesta más de lo que él soporta; la mujer-foca a quien provoca y que la critica por su lenguaje soez;  la compañera de piso y aventuras; los militares, comadrona, parturienta o abogado. Todos con su carácter plasmado con apenas un gesto o un matiz en la voz de Hervás. Al acabar la función surge una pregunta: ¿cómo puede mantener esa tensión emocional durante ciento treinta minutos sin caer destrozada física y anímicamente?

María Hervás. Iphigenia


La dirección de Antonio C. Guijosa es contenida, apenas visible, la única posible con un pura sangre escénico como María Hervás, un verdadero volcán, interpretando a un personaje en continua erupción. La escenografía de Mónica Teijeiro tiene la virtud de la sobriedad y la funcionalidad: apenas unas cajas de madera, un columpio y un calendario –por cierto, ¡qué dramatismo puede contener una simple cifra! ese terrible 29…- dan pie y sirven de base a los movimientos de Hervás por el escenario. La iluminación de Daniel Checa subraya adecuadamente texto y acción.

La obra es tremendamente dura y los momentos de mayor ternura, de vuelo poético que la salpican aquí y allá no hacen sino resaltar esta dureza. Uno no sale, no puede salir indemne después de compartir hora y media con la Iphigenia de María Hervás. Pero ¿sabéis? merece la pena sentir como propio su dolor: porque todo el sacrificio de miles, quizás de millones de Iphigenias continúa pese a “los datos favorables” de la macroeconomía. Porque alguien, quien podía hacerlo, decidió que no se beneficiara de su sacrificio el conjunto de la sociedad sino quienes menos lo necesitaban, quienes menos lo necesitan: los de siempre. Porque alguien tiene que seguir gritando el dolor de esos millones de Iphigenias a quienes no se atreven a mirarles a la cara y a quienes, como la “mujer-foca”, incluso se permiten criticarlas por su aspecto y su lenguaje. Porque, en realidad, lo soez (bajo, grosero, indigno, vil, según el DEL de la RAE, edición del centenario) es la vida (y me remito acepciones 6, 7 y 8 del mismo diccionario).





[1] Y no de otro abstracto, social, comunitario sino cercano, en una curiosa convergencia –quizás no tan extraña como podría parecer- con el precepto cristiano de amar al prójimo (el próximo, el cercano).


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