04 abril, 2017

La red, la trama





A Coruña, Teatro Rosalía Castro. Los malditos, de Antonio Lozano. Dirección, Mario Vega. Reparto: Gustavo Safores (Uruguay); Emilio Buale Guinea Ecuatorial); Soraya G. del Rosario (España); Quique Fernández (Argentina). Espacio escénico, Mario Vega. Maquinaria y escenografía, Marcos Daniel Rodríguez. Diseño de iluminación, Ibán Negrín. Diseño de sonido directo, Aridane Benítez. Vestuario y caracterización, Nauzet Alfonso Música de L. van Beethoven, G. Moustaki y José Brito. Orquesta Universitaria Maestro Valle, de la ULPGC. Dirección orquesta, José Brito. Grabación, Blas Acosta. Ambientación sonora, Alejandro Doreste. Audiovisual, Arima León. Fotografías, Nacho González. Dirección de animación, Juan Carlos Cruz. Producción, Unahoramenos producciones. Dirección de producción, Ana Belén Santiago. 





Primera coproducción de una ambiciosa red de Corredores Culturales [1], Los malditos está  producida por diferentes entidades españolas y latinoamericanas [2] y denuncia el lado oscuro de los grandes movimientos de seres humanos a lo largo y ancho de la Tierra y sus consecuencias, como la esclavitud o el tráfico de seres humanos, enteros o despiezados.

Éstos, para el aprovechamiento de sus órganos en trasplantes “sólo para ricos”. Los enteros -que sólo lo son físicamente; la realidad siempre los rompe- también para explotarlos. Desde niños en las minas de coltán [3]. O como niños-soldado en unas guerras, como todas las malditas guerras, en las que muchos débiles luchan para defender los intereses de pocos fuertes, los aquí llamados Señores de la Guerra.





O para explotarlAs. Eso que antes se llamaba trata de blancas para diferenciarlo de la esclavitud, la llamada trata de negros, pero que es lo mismo. La voluntad de una persona –de millones de personas, en realidad- sometida a la de otro; sea éste el “propietario”, quien la compra, o su poseedor temporal, quien la alquila por un rato simplemente para su placer, para satisfacer sus instintos sexuales o su ansia de posesión. Siempre el sometimiento, siempre la esclavitud.

Aida era una prostituta africana sin papeles -esclava por partida triple: por prostituta, por africana y por indocumentada-, que un día aparece muerta en las aguas del puerto de una ciudad española. Su muerte violenta sólo importa a su amiga Malika, marroquí y también prostituta, que ni puede ni quiere olvidarla. Malika trata de convencer a su novio Dieudonné –un congoleño también indocumentado- y a Armando, un periodista latinoamericano amigo de éste, de suplir la pasividad de la policía con una investigación propia.





El empeño no es fácil: Dieudonné preferiría olvidar su pasado africano y Armando está inmerso en un gran reportaje que trata de los problemas que impulsaron a Dieudonné a huir de su país, reportaje que trata de vender a un canal de televisión. Pero Malika los persuade y sus pesquisas los llevan a descubrir que el mal que denuncia Amando en su reportaje es menos lejano y ajeno de como él lo enfoca. La trama africana que él denuncia y que explota niños en las minas de coltán se extiende como una red de poder más cercana de lo que parece.

La música es parte importante de la función. Desde antes del inicio de ésta, una pantalla nos muestra al fondo del escenario a una pequeña orquesta sinfónica calentando antes de un concierto. Una vez oscurecida la sala comienza a sonar el Allegretto de la Séptima de Beethoven, que luego va apareciendo en variaciones compuestas por José Brito. Pocas músicas pueden ser más adecuadas como representación sonora de los grandes movimientos migratorios que la pieza de una sinfonía que muestra los sentimientos más hondos de ésta, la que expresa como ninguna otra obra sinfónica la idea de movimiento. Músicas creadas “ad hoc” y un arreglo casi en parlato de Le meteque de Georges Moustaqui desarrollan musicalmente –por encima del mero concepto de acompañamiento- la idea central y toda la trama de la obra. 

En cuanto a escenografía, maquinaria y luminotecnia, son en mi opinión el mayor logro de la producción. La ductilidad de aquéllas y la perfecta adecuación a cada momento del texto de ésta tienen al espectador en una continua tensión y lo arrastran a mantener una atención activa a los largo de toda la función. El elemento escenográfico central es una armazón metálica con un lienzo blanco, pantalla y pared, que flota como una esperanza a cada cambio escénico . Con una red en la que los actores se recuestan o sobre la que caminan y que es viviendas u oficina cuando la acción tanscurre en España, que cierra una pobre choza en África o se convierte en valla con concertinas en la frontera que separa y divide, más allá de lo humanamente aceptable, España y África.




Las proyecciones de Juan Carlos Cruz, realizadas mediante la técnica llamada rotoscopia, son otro coprotagonista de la obra y contribuyen con su fuerza visual a dramatizar idóneamente su contexto. La rotoscopia se hace redibujando fotograma a fotograma los 25 por segundo de un vídeo realista, consiguiendo efectos menos realistas pero más dramáticos por el efecto de un acabado final tembloroso.

El texto de Antonio Lozano tiene dos aspectos algo contradictorios: bien resuelto en la nayoría de los diálogos personales entre personajes, tiene en lo que podríamos llamar su discurso social un tono excesivamente mitinero que puede alejar a algunos de la idea central de denuncia. La acción está aceptablemente resuelta aunque, para seguirla mejor, habría sido deseable poner en el programa de mano la lista de los diez personajes representados por sólo cuatro actores. Estos se ayudan de megafonía a lo largo de la obra, ignoro si de manera ocasional o habitual. La actuación es más que correcta en todos en cuanto a  gestualidad facial y corporal pero deja algo que desear en cuanto a vocalización en el caso de Soraya G. del Rosario.




[1] Los Corredores Culturales es un ambicioso proyecto creado por los socios de la Red Eurolatinoamericana de las Artes Escénicas (REDELAE) con el objetivo de propiciar y fomentar las coproducciones entre los diferentes agentes culturales de los países que componen esta red internacional. El grupo inicial de fundadores de esta red informal, nacida en 2013, estuvo conformado por representantes de Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay, Francia, Croacia y España. En la actualidad, está compuesta por más de 20 entidades.

[2] Por parte española: Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, Ayuntamiento de Agüimes (Gran Canaria), Festival MUECA de Puerto de la Cruz (Tenerife), Padroado de Cultura de Narón (A Coruña) y Donostia Kultura (Guipuzcoa). A nivel internacional: Festival Internacional de Teatro de Manizales (Colombia), Sala Verdi (Montevideo, Uruguay) y Escena Sur de Aquitania (Francia).

[3] Mineral compuesto por colombita y tantalita, de color negro o marrón muy oscuro, que se utiliza en microelectrónica, telecomunicaciones y en la industria aeroespacial.

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