28 marzo, 2017

La OSG, en perpetuo ascenso







A Coruña, Palacio de la Ópera, 24 de marzo. Orquesta Sinfónica de Galicia. Juan Ferrer, clarinete; Jesús López Cobos, director. Programa: Carl Maria von Weber, Concierto para clarinete y orquesta nº 1 en fa menor, op. 73; Richard Strauss, Sinfonía alpina, Op. 64, Trv 233.

Orquesta Sinfónica de Galicia

Los conciertos de la temporada en que la Orquesta Sinfónica de Galicia celebra sus bodas de plata siguen su marcha ascendente, como si esta temporada fuese un gráfico representativo de la vida de la orquesta que midiese su crecimiento artístico a lo largo de estos veinticinco años. La semana pasada la Sinfónica mostró su fuerza social e institucional subiendo la Orquesta de Niños y todos sus coros en el escenario junto a la Sinfónica propiamente dicha. Todos, bajo la batuta de su director honorario, Víctor Pablo Pérez, estrenaron Troula, del compositor gallego  Juan Durán, en un concierto dedicado a la memoria de Alberto Zedda uno de los directores que más han influido en su calidad actual, por la que es internacionalmente reconocida.

Jesús López Cobos
Este último fin de semana fue el momento de celebrar por todo lo alto otra de las relaciones más fructíferas: la que viene teniendo (y todos deseamos que siga por muchos años) con quien durante algunos años fue su director principal invitado. Jesús López Cobos (Toro, Zamora, 1940) es, sin duda, el director español vivo de mayor prestigio internacional, con cincuenta años de experiencia en los que ha sido titular de algunos de los más importantes podios mundiales. Vaya como ejemplo su dirección general de música de la Ópera de Berlín (1981-1990), dirección musical del Teatro Real en Madrid (2003-2010),o su titularidad en la Orquesta de Cincinnati (1986-2000), Orquesta Nacional de España (1984-1988) o la Orquesta de Cámara de Lausanne, entre otras, además de ser principal o habitual director invitado de las mejores orquestas y teatros de ópera de Europa y América.

Con manos, boca y corazón
Juan Ferrer
Y continuando el homenaje que la Sinfónica viene rindiendo a sus músicos, estuvo también sobre el escenario del Palacio de la Ópera su principal de clarinete. Juan Ferrer (Montserrat, Valencia, 1968) abordó la interpretación del Concierto para clarinete y orquesta nº 1 en fa menor, op. 73 de Carl Maria von Weber. La obra constituye todo un reto técnico y artístico para cualquier clarinetista por su virtuosismo y su carácter. Las dificultades técnicas fueron mucho más que superadas por Ferrer, que dio toda una lección de ataques, respiración y control del sonido. Pero más aún de sentimientos expresados con esos medios.

En cuanto al carácter de la obra, es un fiel reflejo de la vocación y dedicación operística del autor. La introducción de su Allegro inicial  es casi una obertura en miniatura, en la que el clarinete aparece como el personaje protagonista para pasar en su desarrollo y recorrido armónico a lo que podríamos considerar la exposición del drama y sus personajes.

El motivo inicial de Adagio ma non troppo es casi una reminiscencia del principio del movimiento central del Concierto para clarinete, aunque un tono más grave que en éste y con el lógico cambio de valores de las notas que lo estructuran rítmicamente. Tras su serenidad inicial, bien semejante a la de su equivalente mozartiano, vuelve a mostrar la vena dramática de Weber. Los arpegios del clarinete fueron escalones por los que Ferrer ascendió a la atalaya de sus agudos, desde la que dominó con su instrumento el amplísimo panorama que, como un bello atardecer, parece surgir de la integración de su instrumento en el trío de trompas.


Momento final del Concierto para Clarinete de Weber
Foto cedida por OSG | © Pablo Rodríguez

Luego su buen hacer y su explosiva personalidad extrajeron lo mejor de la música de Weber del Rondó final: un allegretto en el que el músico de la OSG se mostró como el mejor protagonista de una obra llena de fuerza y lirismo. El espectacular final de la obra y la brillantez que solista y orquesta alcanzaron contribuyeron al gran éxito obtenido.

La ovación que recibió Ferrer el viernes quedará como una de las más sonoras y duraderas que se hayan escuchado para un solista en el Palacio de la Ópera coruñés. Jugar en casa tiene sus ventajas; pero sólo si quien lo hace responde a las exigencias. Y Ferrer lo hizo más que sobradamente el viernes –como, por otra parte, viene haciendo en su atril desde su incorporación a la OSG-.

La ovación fue correspondida por el clarinetista y sus compañeros de las secciones de cuerdas con la interpretación de Sholem-alekhem, rov Feidman!, una preciosa obra para clarinete sobre un tema tradicional judío escrita por el autor húngaro Béla Kovács. Sus breves minutos fueron de nuevo muestra tanto del virtuosismo y la sensibilidad de Ferrer como de la ductilidad de una orquesta que sigue asombrando día a día a propios y extraños.

López Cobos dirigiéndose al podio
Foto cedida por OSG | © Pablo Rodríguez

Clases magistrales
Varias impartió López Cobos en el concierto del viernes: la primera, de calidad humana y elegancia personal al dejar todo el protagonismo a Ferrer tras la obra de Weber; la segunda fue la breve charla micrófono en mano al inicio de la segunda parte del concierto. Priemero, en un cálido homenaje a la Orquesta Sinfónica de Galicia, a la que tan ligado se ha sentido desde la primera de sus actuaciones desde su podio, a principios de este s. XXI; luego, reclamando la necesidad de que disponga por fin de  “una verdadera sala de conciertos” yal final, una magistral explicación de la Sinfonía alpina y los ocho motivos o temas en los que se basa, que hizo tocar a las secciones orquestales correspondientes.

Y al final de su charla, la más adecuada y brillante de todas estas clases magistrales: su interpretación de una obra monumental por muchos motivos: el primero, los efectivos necesarios, más de 130 músicos, en escena y entre cajas, incluidos los de la Orquesta Joven (todos, pues, de la casa); un segundo es su extensión, cincuenta minutos largos; y en último lugar, pero siendo lo más importante, su grandioso círculo descriptivo de un día en las que quizás son las montañas más representativas de Europa.

Una versión como nunca se había oído en este Palacio de la Ópera, por adecuación estilística y claridad expositiva. Pero sobre todo por el rendimiento sonoro –y, lo que es más importante, musical y artístico- logrado por todas y cada una de las secciones de la orquesta y sus solistas. Imposible e injusto sería destacar alguna de aquéllas o alguno de éstos; absolutamente toda la orquesta fue un prodigioso instrumento en manos de un gran director, fenomenal músico excelente artista e inmejorable persona. 


López Cobos en el podio; Florence Ronfort, al fondo
Foto cedida por OSG | © Pablo Rodríguez

Ver la entrega de su ramo de flores a Florence Ronfort al final del concierto y contemplar los momentos que la siguieron fueron la mejor demostración de su calidad y calidez personal. Y es que cuando la idea está tan clara y el sentimiento es tan grande poco puede importar un pequeño desajuste provocado por una entrada omitida o algún gesto poco claro. Los aplausos de los músicos así lo afirmaron. La enorme ovación cuajada de gritos de ¡bravo! del público así lo corroboró.

Vuelva pronto, Maestro.



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