05 junio, 2016

Frente ocluido: tormenta y cielo limpio




Como si pasara un tren es una obra llena de esas verdades del día a día, tan comunes como difíciles de plasmar en escena. Y muy bien construida; desde una introducción entre ligera y costumbrista, va extendiendo poco a poco su trama doméstica pero poliédrica -profundizando, en realidad- hasta llegar a un desenlace realmente inesperado. Su construcción es compleja, "multicapa", pero es un texto completamente accesible a todo tipo de público y permite a este muchas lecturas: en función de sus hábitos y perspectivas teatrales, pero sobre todo de lo que su experiencia vital le va dictando. La función es como un edificio de muchos pisos y conviene pasar por todos ellos, bajando por las escaleras y deteniendo el pensamiento en cada uno para llegar a entender de verdad el fondo que la cimienta, el origen de la situación inicial.

Lorena Romanín
La obra es una comedia dramática escrita por la joven autora argentina Lorena Romanín (Buenos Aires, 1974). Toda ella está muy bien escrita y estriucturada y en los primeros minutos queda delineada la situación familiar establecida que le sirve de partida. El personaje central es en realidad doble: una familia monoparental compuesta por Susana y su hijo, Juan Ignacio, un muchacho retrasado intelectualmente pero tan sensible y lleno de curiosidad vital como cualquier otro de su edad. En la primera escena, Juan Ignacio lleva a cabo un juego en el que un tren decapita a un niño en un accidente. 

Susana es una madre "clueca" que ¡no puede! dejar alejarse a su pollito; su sobreprotección es por falta de perspectiva de las posibilidades reales del hijo. Es una pobre mujer -aparentemente escasa de recursos intelectuales propios y de formación específica para resolver la situación de su hijo- que se encastilla en su rutina diaria como en la fortaleza inexpugnable que defenderá a su familia.

Susana mantiene unas conversaciones telefónicas con su hermana, con todos los altibajos propios de una relación a distancia. Llena de desconocimientos actuales entre ellas y con reacciones un tanto viscerales por la tensión de cada una en la convivencia y cuidado diario de sus respectivos hijos. Estas charlas son como un “frente ocluido”, ese que se produce en la atmósfera cuando se juntan un frente frío y otro cálido, con cargas eléctricas opuestas: en este caso, la psicóloga (la "lista" urbana) y la madre (una mujer algo "semplice"; rural o al menos, "provinciana").

María Morales, "Susana"
En estas condiciones, claro, estalla la tormenta. Y de esos rayos telefónicos llega, con el natural retardo, el trueno: Valeria, hija de la hermana de Susana, a quien su madre ha encontrado un porro en el bolso. A su juicio, una estancia en un entorno menos urbano será la solución que impida que entre en el oscuro túnel de la adicción. Valeria, entrando en tromba en la casa, acaba por ser lo mejor de la tormenta, ese olor a tierra mojada que serena el ánimo llenándolo de  entrañables recuerdos. Pero también la lluvia que descarga tensiones serenando y que riega gota a gota para fertilizarlo un terreno resecado por la aridez del miedo y la peor de las soledades, la compartida: en este caso, la de Susana y Juan Ignacio. 

Juan Ignacio, con casi veinte años, tiene claros sus deseos. Cuando los expresa, choca con su madre y esto, literalmente, lo saca de sus casillas: esas en las que su madre lo mantiene apartado “por su seguridad”. Sus reacciones son ventoleras, también en el sentido de meteoro: ráfagas de viento recio y poco duradero. Son un aire fresco porque no dejan de expresar la frustración de unos deseos normales en cualquier chico. Pero son mal interpretados por Susana, que los ve como un constante peligro que se cierne sobre Juan Ignacio, sobre ella y sobre la "vida-castillo" que paso a paso, día a día, ha construido para ambos. Una vida en constante peligro de derrumbamiento, desde su punto de vista.

La llegada de Valeria inicia una simbiosis: una relación de la que todos se beneficiarán, pero que no deja de ser tan dolorosa como todo cambio profundo en la vida de las personas. Su irrupción en la casa abre ventanas por las que va a circular un nuevo aire, fresco y lleno de vida, para sus parientes. Pequeños logros de autonomía para Juan Ignacio, que se convierten an avances con la superación, por pura praxis, de algunos de los miedos de Susana. Pero también Valeria aprende: que la vida se extiende más allá de su instituto, de su panda de amigos, de su ciudad; de sus hábitos diarios. Y su experiencia le permite madurar y crecer como persona. 

En cuanto a la actuación, es realmente sencilla de contar. La Susana de María Morales es una mujer de carne y hueso, nada menos. Transmite espléndidamente el carácter y las reacciones-emociones del personaje; todos sus miedos, debilidades y, finalmente toda su fuerza. Una actuación realmente soberbia. Una mayor proyección de voz en sottovoce [1] redondearía una actuación prácticamente perfecta.

Marta Castellote, "Valeria"
Marta Castellote es Valeria, sin más. Hace vivir en escena todo el carácter de la muchacha urbana; su reacción negativa al “castigo-remedio” impuesto por su madre; su fondo más o menos “responsable” de preocupación por el curso que puede perder; su necesidad imperiosa de comunicarse con sus amigos através de Internet. Pero vive también la evolución de su personaje, su progresiva empatía con el primo; el valor de enfrentarse a su tía para defender que el chico tiene que progresar y crecer como ser humano. Y su aceptación del inesperado final, un escalón más, el más difícil para los tres, en el ascenso a una vida más libre para todos. Un plus en la interpretación de Castellote: ella acaba de subirse a este tren casi en marcha y el viernes 3 en A Coruña era la quinta vez que interpretaba el personaje.

Dejo para el final la actuación, espléndida en todos los sentidos, de Carlos Guerrero como Juan Ignacio. Este es un rol absolutamente lleno de peligros para un actor; desde la composición física del personaje -en la que habría sido bien fácil caer en la exageración- hasta la del carácter, que ofrece todas las tentaciones histriónicas de dulzura empalagosa o comicidad extemporánea.

Carlos Guerrero, "Juan Ignacio" 
Guerrero mide al milímetro cada aspecto de su actuación y matiza esta con una finezza de actor bien curtido que hace bien difícil pensar que, en realidad, se trata de su primer trabajo profesional. Físicamente su movimiento en escena muestra las dificultades propias de una persona con problemas de transmisión neuromuscular y el gesto espástico de sus manos es sencillamente insuperable. En cuanto al carácter, transmite cada reacción emocional de Juan Ignacio y se aparta de los extremos. Vive con gran precisión los momentos de indignación y ternura del hijo sobreprotegido y sus ilusiones y esperanzas; la expresión facial es casi inmejorable y su voz transmite cada momento y matiz emocional.

En este triángulo hay un cuarto personaje decisivo, que no aparece físicamente en escena y queda latente en un segundo plano, muy bien escondido detrás de la relación entre los tres personajes en escena y las expectativas argumentales que se van creando Y sólo al final estalla con toda la fuerza de lo inesperado.

Adriana Roffi 
Todo esto es posible, también por la magnífica dirección de actores de Adriana Roffi. En un mundo que vive una crisis de valores muy superior a la que algunos aún llaman “crisis” económica, la resolución de la trama invita a pensar cuánta razón tiene la directora cuando dice “Creo que las crisis son una oportunidad para avanzar, para superarnos”. Quizás siguiendo el ejemplo de la familia de Como si pasara un tren: enfrentándose cada cual a sus miedos y tratando de superar el origen de estos, apoyándose con ilusión en sus deseos y apoyando a los demás en los suyos.

Una curiosidad final,  ¿El arroz del que se habla en el texto y se convierte en patatas que Susana pela en escena y que luego casi devora Valeria es un homenaje a la gastronomía gallega y la excelencia inimitable de sus patacas?




[1] Sus palabras más interiores, esas que se dicen como hablando consigo mismo, no terminaban de llegar bien a todo el espacio del Fórum Metropolitano de A Coruña, una sala con un aforo de 160 personas. Hay que tener en cuenta que la función nació como teatro de proximidad en su más estricto sentido, en una habitación. Estoy seguro de que una actriz con la experiencia y profesionalidad de María Morales puede corregir esto sin dificultad.

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