30 junio, 2016

La versatitlidad de un alma sensible





En la sala de exposiciones de la Casa Charry, perteneciente al Concello de Oleiros se ha celebrado una exposición de pinturas de la coruñesa Lauri Goás. Se trata de una artista polifacética que empezó a estudiar piano a los cinco años, graduándose como profesora superior del instrumento en el Conservatorio Superior de su ciudad. Posteriormente ha estudiado composición con Antón García Abril y Wladímir Rossinskij y canto con Pablo Carballido y Diana Somkhieva entre otros maestros.

Lauri Goás

Goás, que ha celebrado numerosos recitales como solista, tiene una notable actividad pedagógica: profesora de música en distintos institutos de Galicia, desde 2005 es maestra acompañante y repertorista de danza clásica. En esta actividad ha acompañado a maestros como Sandra Assensi, Orlando Salgado o Víctor Ullate entre otros. Actualmente desarrolla su actividad en la Escuela de Danza de Oleiros y dirige el ciclo de recitales que se celebra en el Museo de Arte Contemporánea Gas Natural Fenosa, en A Coruña. 

Venus de otoño 

Women’s secret es su debut público como pintora. Como tal tiene el interés de contemplar el nacimiento de una nueva artista plástica; su kilómetro cero. Y, dado que los caminos son siempre trazados por el paso del caminante, tiene el interés esencial de poder contemplar el punto de partida de las trayectorias técnicas, estilísticas o expresivas por las que se moverá la autora: algo en lo que solo dirán la última palabra sus anhelos y esfuerzos. Es decir, el tiempo y la continuidad en el trabajo de cada día.


Burbujas

Los numerosos cuadros expuestos están realizados con las más diversas técnicas, desde dibujos apenas iluminados con acuarela a óleos o acrílicos sobre lienzo. Desde una liviandad textural casi evanescente a obras donde la materia se desarrolla tridimensionalmente; como en una vocación escultórica que quizás precise en su momento del espacio para un cabal desarrollo. 

De donde venimos, las cuatro lunas

Y en todos ellos, la expresión de una sensibilidad a flor de piel. La feminidad -protagonista temática única y absoluta- como una emanación natural de la propia pintora; de su visión del mundo. Esta se manifiesta por diversos caminos estilísticos. Sorprende la oscuridad impresionista de La mer, encuentro con Debussy, tal vez una pura emanación de sentimientos de dolor o confusión.

La mer, encuentro con Debussy

Pero predomina una expresividad que en forma y color podríamos calificar de naíf en la mejor de las acepciones, porque si algo caracteriza esta exposición es precisamente su capacidad de “expresar la realidad con poesía y simplicidad”. 

Geisha make up

Esta encrucijada expresiva, natural en el inicio de cualquier artista plástico, se asoma con decisión en alguno de los cuadros especialmente en Novia blanca, On fire o De donde venimos, las cuatro lunas- a una abstracción notablemente realizada. 

Novia blanca

Goás acaba de dar sus primeros pasos públicos en las artes plásticas. Como arriba queda dicho, solo el tiempo y el esfuerzo permitirán una verdadera consolidación en este campo. Conociendo su permanente esfuerzo en la música, cabe esperar duda de que una semejante aplicación pueden augurar un futuro prometedor también en él; que su debut no sea solo el producto de una fugaz llamarada sino una combustión tan lenta y firme como la de una lareira, como la de la leña de un hogar.

On fire



21 junio, 2016

Los porqués de un entusiasmo





L@s muchach@s de Zuckerberg han puesto hoy en mi muro de Facebook un recuerdo de hace tres años que, contrariamente a mi costumbre, he compartido en esa red social [1]. Ello me ha dado ¡por fin! el empujón  para escribir unas líneas que se han ido demorando desde el jueves pasado, en espera de ir asentando como recuerdos –o incluso datos- las emociones sentidas en el concierto de la Orquesta Sinfónica de Galicia dirigida ese día por Christoph Eschenbach (1940, Breslau, Alemania [hoy Wrocław, Polonia]).

Y, ya que en esto estamos, por aquí empiezo. Todos los aficionados con los que he hablado de ese concierto salieron de él entusiasmados. La práctica totalidad de los músicos de la OSG con los que charlé en el “postconcierto” estaban de acuerdo en que fue uno de los mejores –si no el mejor- en su experiencia como profesores de la Sinfónica.

Christoph Eschenbach | XURXO LOBATO 

Las entusiastas manifestaciones de bastantes de ellos en las redes sociales lo corroboran. Valgan como muestra estas:

-“Concierto cierre de mi 23 temporada con la OSG. Tocando platos en Mahler 5, Eschenbach director, y al lado de una de una de mis mejores alumnas Sabela Caridad Garcia. Un placer ser músico”.
-“Sin duda el concierto más especial en mis 9 años con la OSG gracias al gran director y mago Christoph Eschenbach. Hoy no se me olvidará jamás y hace que el resto del año y carrera merezca la pena
-“Brutal Malher 5.!!. ..inmenso Christoph Eschenbach!! the power of OSG!!..estos conciertos le dan sentido..al esfuerzo..y a ser músico.. ”.
Son palabras como estas y tantas otras escuchadas desde entonces las que me llevan a librarme de los miedos que me han frenado a la hora de escribir sobre ese magnífico concierto.

El entusiamo de músicos y público dice mucho de cómo un artista como Eschenbach puede llegar a tocar la fibra emocional de unos y otros. Pero nada de esto es posible sin una gran técnica como director y el trabajo en los ensayos. Los de esta semana fueron más concentrados y, por lo que se ha podido ver, se produjeron en un estupendo ambiente de trabajo.

Descanso en un ensayo durante la semana con Eschenbach | Foto OSG 

En una lúcida entrevista de Pablo Sánchez Quinteiro, decía Eschenbach la semana pasada: “Es necesario saber lo que cada frase dice y adónde quiere llegar. Y lo mismo con la frase siguiente y así de forma sucesiva [2]. Es ahí donde entra en juego la libertad. Pero al mismo tiempo es necesario ser exactos. Y de hecho ya has visto en el ensayo como busco esa precisión. Sólo cuando los músicos han interiorizado en sus cerebros esa precisión, entra en juego la libertad”. Y esta es, precisamente, la razón de toda la dialéctica discursiva en esta soberbia versión de la Quinta de Mahler que a tantos nos ha hecho tocar el cielo de la emoción, aupados en la base múltiple y extensa de su interpretación, que resumo en estos tres párrafos:

La prístina claridad en la exposición de motivos, temas y frases, que han permitido “ver” y escuchar todo el contrapunto mahleriano en su verdadera condición, como una especie de vegetación fractal. Porque su complejidad es temática, “no por el espesor, sino por la multiplicidad de líneas. No hay elementos de relleno... sino células derivadas de figuras principales”, como muy bien definió en su momento el recientemente desaparecido Pierre Boulez [3].

La precisa disposición de planos sonoros con la que ha puesto de relieve cada detalle de la partitura permitiendo al tiempo seguir toda su grandeza estructural. Ello ha hecho gozar a los oyentes de una Quinta enriquecida, casi se podría decir renovada, pero fiel a su letra y espíritu. Lo que no es de extrañar después de que, en la entrevista arriba mencionada, el director diga a este respecto: “Tengo una concepción de la obra muy clara, pero cada vez que la abordo descubro cosas nuevas en ella. Es lo que hace nuestro trabajo sea tan apasionante”. Y nuestra adicción a la música tan gratificante, añadiría satisfecho quien firma.

Secciones de contrabajos y trompas | XURXO LOBATO 

El canto de cada instrumento y sección de la orquesta, el color –magníficamente destacado por los ataques requeridos por el maestro alemán y la disposición de planos sonoros-; la increíble precisión y elasticidad rítmica tanto causa como efecto de un generoso concepto de la respiración orquestal; el dramatismo o la gracia en pleno vuelo expresivo en los distintos movimientos de la obra y, en definitiva, verdadera magia en el sonido y fuego en la expresión.

No puedo dejar de citar aquí las intervenciones de una sección de cuerdas  que fue como una caja llena de luces -el brillo aterciopelado de los chelos o la plata y seda de los violines- y de aromas –el de cedro de esas violas o esa falsa aspereza de cuero que por momentos parecieron desprender los contrabajos-. Maderas y metales tuvieron uno de sus días grandes, de esos que marcan épocas.

Y los solistas. Absolutamente todos cuantos intervinieron. Aunque en esta ocasión sea obligado mentar a un veterano, John Aigi Hurn, -que lideró la orquesta con su trompeta en todo el profundo dramatismo inicial- y una estrella casi fugaz: José Sogorb, en su último concierto de abono con la Sinfónica, fue –por técnica, sonido y emoción transmitida- el alfa de esa brillantísima constelación que es la sección de trompas de la gran orquesta gallega.

José Sogorb | Foto OSG 

El fraseo y color de esta sección es de tal homogeneidad y su respiración está interiorizada con tal precisión que muy pocas secciones homólogas podrán trasladar tan idóneamente a sonido la perfecta escritura para solista de Mahler en esta sinfonía. Bravo a todos y los mejores augurios de abonados y compañeros de la OSG para Sogorb en su próxima etapa en la Orquesta del Real Concertgebow. Que tanta suerte tenga en Amsterdam como grandes momentos deja en A Coruña.

Tales premisas técnicas y expresivas y la enorme calidad de cada músico y cada sección de la Orquesta Sinfónica de Galicia que arriba quedan dichas fueron el combustible. Esa curiosa situación de libertad dirigida que siempre supone la batuta de un gran maestro fue la chispa.

La emoción se propagó así por el Palacio de la Ópera de A Coruña como un reguero de pólvora; o como una corriente eléctrica que hizo erguirse muchas espaldas en actitud de máxima atención; que hizo sentir piedras en el pecho de muchos y fuego en la garganta de otros tantos; y que estuvo a punto de impedirme tomar notas al amenazar con hacerse agua en muchos ojos, también en los míos durante el Adagietto. Y brotó una exultante ola de alegre entusiamo al finalizar su hora y cuarto en ese particular Universo que supone y es cada sinfonía de Mahler.

Una contradicción solo aparente con el dramatismo de sus movimientos iniciales; algo perfectamente lógico si, en este año cervantino,  tenemos en cuenta cuál era su reacción ante la lectura de Don Quijote.

“Le era imposible no compartir el placer que le producía Don Quijote... Se reía como loco con las desventuras del amo y el criado, pero lo que le conmovía más eran el idealismo y la pureza del hidalgo. Por mucho que se divirtiera, le era imposible, decía, dejar el libro sin haber sentido una profunda emoción” [4].

Tal reacción de Mahler a la lectura del Quijote no deja de ser como un reflejo de su concepto de la música: un arte que debe manifestar la montaña rusa de emociones que, en sus múltiples facetas, es la vida del ser humano: dolores, alegrías, anhelos, logros, frustraciones...

Y paciencia: El maestro bohemio supo muy bien que la época que le tocó vivir no era su momento. Por eso decía “mi tiempo llegará”. Su tiempo, afortunadamente para los que vivimos este, ha llegado. Y, de la mano de directores como Christoph Eschenbach, lo ha hecho para quedarse.





[1] Pero, eso sí, fiel a mi “habilidad” para meter la pata, lo he borrado inmediatamente y he tenido que recuperarlo por vericuetos informáticos que, por puro despiste, no estoy en condiciones de reconocer al 100 %. La vertad es que esto de releer algo que uno publicó hace años es un curioso ejercicio entre la vanidad a la humildad; o sea, más o menos, entre el regodeo por el “yo ya lo decía” y el descubrimiento-reconocimiento de errores: desde los puramente mecanográficos al fallo en la atribución de méritos a algun(a) solista dando por supuesto lo que la mal(ísim)a visibilidad me impidió comprobar. 

[2] Llama la atención cómo estas palabras de Eschenbach son prácticamente la traslación a la frase musical que escuché hace años al gran guitarrista y maestro José Luis Rodrigo, sobre cómo utilizar el rubbato en las notas, cuando decía que tenía que hacerse “en relación con la nota anterior y la siguiente”.

[3] Prólogo de P. Boulez a “Gustav Mahler”, de Bruno Walter. Alianza Editorial, Madrid, 1983

[4]  Bruno Walter, op. cit. Alianza Editorial, Madrid, 1983

05 junio, 2016

Frente ocluido: tormenta y cielo limpio




Como si pasara un tren es una obra llena de esas verdades del día a día, tan comunes como difíciles de plasmar en escena. Y muy bien construida; desde una introducción entre ligera y costumbrista, va extendiendo poco a poco su trama doméstica pero poliédrica -profundizando, en realidad- hasta llegar a un desenlace realmente inesperado. Su construcción es compleja, "multicapa", pero es un texto completamente accesible a todo tipo de público y permite a este muchas lecturas: en función de sus hábitos y perspectivas teatrales, pero sobre todo de lo que su experiencia vital le va dictando. La función es como un edificio de muchos pisos y conviene pasar por todos ellos, bajando por las escaleras y deteniendo el pensamiento en cada uno para llegar a entender de verdad el fondo que la cimienta, el origen de la situación inicial.

Lorena Romanín
La obra es una comedia dramática escrita por la joven autora argentina Lorena Romanín (Buenos Aires, 1974). Toda ella está muy bien escrita y estriucturada y en los primeros minutos queda delineada la situación familiar establecida que le sirve de partida. El personaje central es en realidad doble: una familia monoparental compuesta por Susana y su hijo, Juan Ignacio, un muchacho retrasado intelectualmente pero tan sensible y lleno de curiosidad vital como cualquier otro de su edad. En la primera escena, Juan Ignacio lleva a cabo un juego en el que un tren decapita a un niño en un accidente. 

Susana es una madre "clueca" que ¡no puede! dejar alejarse a su pollito; su sobreprotección es por falta de perspectiva de las posibilidades reales del hijo. Es una pobre mujer -aparentemente escasa de recursos intelectuales propios y de formación específica para resolver la situación de su hijo- que se encastilla en su rutina diaria como en la fortaleza inexpugnable que defenderá a su familia.

Susana mantiene unas conversaciones telefónicas con su hermana, con todos los altibajos propios de una relación a distancia. Llena de desconocimientos actuales entre ellas y con reacciones un tanto viscerales por la tensión de cada una en la convivencia y cuidado diario de sus respectivos hijos. Estas charlas son como un “frente ocluido”, ese que se produce en la atmósfera cuando se juntan un frente frío y otro cálido, con cargas eléctricas opuestas: en este caso, la psicóloga (la "lista" urbana) y la madre (una mujer algo "semplice"; rural o al menos, "provinciana").

María Morales, "Susana"
En estas condiciones, claro, estalla la tormenta. Y de esos rayos telefónicos llega, con el natural retardo, el trueno: Valeria, hija de la hermana de Susana, a quien su madre ha encontrado un porro en el bolso. A su juicio, una estancia en un entorno menos urbano será la solución que impida que entre en el oscuro túnel de la adicción. Valeria, entrando en tromba en la casa, acaba por ser lo mejor de la tormenta, ese olor a tierra mojada que serena el ánimo llenándolo de  entrañables recuerdos. Pero también la lluvia que descarga tensiones serenando y que riega gota a gota para fertilizarlo un terreno resecado por la aridez del miedo y la peor de las soledades, la compartida: en este caso, la de Susana y Juan Ignacio. 

Juan Ignacio, con casi veinte años, tiene claros sus deseos. Cuando los expresa, choca con su madre y esto, literalmente, lo saca de sus casillas: esas en las que su madre lo mantiene apartado “por su seguridad”. Sus reacciones son ventoleras, también en el sentido de meteoro: ráfagas de viento recio y poco duradero. Son un aire fresco porque no dejan de expresar la frustración de unos deseos normales en cualquier chico. Pero son mal interpretados por Susana, que los ve como un constante peligro que se cierne sobre Juan Ignacio, sobre ella y sobre la "vida-castillo" que paso a paso, día a día, ha construido para ambos. Una vida en constante peligro de derrumbamiento, desde su punto de vista.

La llegada de Valeria inicia una simbiosis: una relación de la que todos se beneficiarán, pero que no deja de ser tan dolorosa como todo cambio profundo en la vida de las personas. Su irrupción en la casa abre ventanas por las que va a circular un nuevo aire, fresco y lleno de vida, para sus parientes. Pequeños logros de autonomía para Juan Ignacio, que se convierten an avances con la superación, por pura praxis, de algunos de los miedos de Susana. Pero también Valeria aprende: que la vida se extiende más allá de su instituto, de su panda de amigos, de su ciudad; de sus hábitos diarios. Y su experiencia le permite madurar y crecer como persona. 

En cuanto a la actuación, es realmente sencilla de contar. La Susana de María Morales es una mujer de carne y hueso, nada menos. Transmite espléndidamente el carácter y las reacciones-emociones del personaje; todos sus miedos, debilidades y, finalmente toda su fuerza. Una actuación realmente soberbia. Una mayor proyección de voz en sottovoce [1] redondearía una actuación prácticamente perfecta.

Marta Castellote, "Valeria"
Marta Castellote es Valeria, sin más. Hace vivir en escena todo el carácter de la muchacha urbana; su reacción negativa al “castigo-remedio” impuesto por su madre; su fondo más o menos “responsable” de preocupación por el curso que puede perder; su necesidad imperiosa de comunicarse con sus amigos através de Internet. Pero vive también la evolución de su personaje, su progresiva empatía con el primo; el valor de enfrentarse a su tía para defender que el chico tiene que progresar y crecer como ser humano. Y su aceptación del inesperado final, un escalón más, el más difícil para los tres, en el ascenso a una vida más libre para todos. Un plus en la interpretación de Castellote: ella acaba de subirse a este tren casi en marcha y el viernes 3 en A Coruña era la quinta vez que interpretaba el personaje.

Dejo para el final la actuación, espléndida en todos los sentidos, de Carlos Guerrero como Juan Ignacio. Este es un rol absolutamente lleno de peligros para un actor; desde la composición física del personaje -en la que habría sido bien fácil caer en la exageración- hasta la del carácter, que ofrece todas las tentaciones histriónicas de dulzura empalagosa o comicidad extemporánea.

Carlos Guerrero, "Juan Ignacio" 
Guerrero mide al milímetro cada aspecto de su actuación y matiza esta con una finezza de actor bien curtido que hace bien difícil pensar que, en realidad, se trata de su primer trabajo profesional. Físicamente su movimiento en escena muestra las dificultades propias de una persona con problemas de transmisión neuromuscular y el gesto espástico de sus manos es sencillamente insuperable. En cuanto al carácter, transmite cada reacción emocional de Juan Ignacio y se aparta de los extremos. Vive con gran precisión los momentos de indignación y ternura del hijo sobreprotegido y sus ilusiones y esperanzas; la expresión facial es casi inmejorable y su voz transmite cada momento y matiz emocional.

En este triángulo hay un cuarto personaje decisivo, que no aparece físicamente en escena y queda latente en un segundo plano, muy bien escondido detrás de la relación entre los tres personajes en escena y las expectativas argumentales que se van creando Y sólo al final estalla con toda la fuerza de lo inesperado.

Adriana Roffi 
Todo esto es posible, también por la magnífica dirección de actores de Adriana Roffi. En un mundo que vive una crisis de valores muy superior a la que algunos aún llaman “crisis” económica, la resolución de la trama invita a pensar cuánta razón tiene la directora cuando dice “Creo que las crisis son una oportunidad para avanzar, para superarnos”. Quizás siguiendo el ejemplo de la familia de Como si pasara un tren: enfrentándose cada cual a sus miedos y tratando de superar el origen de estos, apoyándose con ilusión en sus deseos y apoyando a los demás en los suyos.

Una curiosidad final,  ¿El arroz del que se habla en el texto y se convierte en patatas que Susana pela en escena y que luego casi devora Valeria es un homenaje a la gastronomía gallega y la excelencia inimitable de sus patacas?




[1] Sus palabras más interiores, esas que se dicen como hablando consigo mismo, no terminaban de llegar bien a todo el espacio del Fórum Metropolitano de A Coruña, una sala con un aforo de 160 personas. Hay que tener en cuenta que la función nació como teatro de proximidad en su más estricto sentido, en una habitación. Estoy seguro de que una actriz con la experiencia y profesionalidad de María Morales puede corregir esto sin dificultad.