01 diciembre, 2015

Pequeña historia de un arpa recostada





Tal como adelantaba en la crítica del concierto de Forma Antiqua, reproduzco el artículo escrito para el concierto de la clavecinista Céline Frisch, celebrado en la iglesia de Santa María Nai de Ourense el 14 de marzo de 2015, dentro del Festival Pórtico do Paraíso, revisado para esta entrada.

Concierto para un arpa recostada
Más pequeño que un piano de concierto, un clave, clavecín o clavicémbalo –que con todos estos nombres se conoce el instrumento que hoy escucharemos- sorprende a quien lo ve por primera vez. Suele estar policromado -incluso profusamente ornamentado-, en vez de lucir el negro acharolado de los pianos de cola. Sus teclas, a veces las de las notas naturales en negro y las de las alteradas en blanco, pueden parecer el negativo de las de un piano y produce su sonido pulsando las cuerdas con una púa de cuero o uña de cuervo impulsada por una pequeña pieza rectangular de madera llamada saltador. Su timbre se diferencia así tanto del de un clavicordio como del de un piano -en estos dos instrumentos las cuerdas son percutidas, no pulsadas- pareciéndose más al que produce un arpa o una cítara pulsada.


Clavecín 

Un clave puede construirse con un teclado y uno o dos registros sonoros –que en ese caso pueden sonar también en una octava más baja- o con 2 teclados y varios registros que permiten también combinaciones de solo y tutti, habitualmente empleadas en los conciertos “al modo italiano”, como el que Concerto nach italienischem Gusto, BWV 971 de Johann Sebastian Bach.

Han sido necesarias décadas de estudio musicológico y práctica musical con criterio históricamente informado para que su peculiar timbre reconquiste el oído
Sir Tthomas Beecham
del público aficionado, que lo tenía prácticamente olvidado desde su caída en desuso a partir de la segunda mitad del s. XVIII. Tan olvidado estuvo, que durante bastante tiempo hizo fortuna la famosa descripción [1] que hizo de él Sir Thomas Beecham (1879-1961), el gran director de orquesta británico casi exactamente coetáneo de quien fue autora de su renacimiento, la gran pianista y clavecinista polaca Wanda Landowska (1879-1959).

Profundamente interesada en la obra de Bach, Couperin y Rameau a partir de su inclinación a la musicología, su trabajo supuso para la interpretación al clave de la música de Bach un impulso similar al que, apenas un siglo antes, había dado Felix Mendelssohn a su música sacra coral [2]. Landowska, conocedora de los instrumentos de época, adquirió varios claves
Wanda Landowska. Observándola, Auguste Rodin
antiguos y se hizo fabricar algunos por el célebre constructor francés de pianos Pleyel hasta encontrar el sonido más adecuado a su visión de la música. Varios compositores escribieron bajo su inspiración obras como El retablo de Maese Pedro, y el Concierto para clavecín (Manuel de Falla, 1922 y 1926) o el Concierto campestre, de Francis Poulenc (1928).

En España hay constancia de la temprana presencia del instrumento gracias al especial cuidado de su patrimonio que tenía Isabel la Católica, gracias al cual conservamos cuentas e inventarios al respecto. Un buen ejemplo es el que recoge Mosén Higinio Anglés (Tarragona, 1888-Roma, 1969) en su obra La música en la corte de los Reyes Católicos (CSIC, 1941): “en noviembre de 1503, la reina mandó hacer a su camarero Sancho de Paredes un inventario detallado de Laúdes  e cosas de música, en el que figuran, …un ducemel para tañer, metido en una caja de madera …/… Una arpa de madera barnizada de amarillo, el vientre e lo otro fecho de maçonería, muy labrado, con unas imágenes de bulto metidas en unos encasamentos e las clavijas son de hueso blanco e con unas armas de castillos e leones …/… Dos clavecímbanos viejos …/… Unos órganos de hoja de Flandes viejos con sus fuelles…”. Y el cronista Gonzálo Fernández de Oviedo deja claro que en la España del XVI ya se distinguía entre clavicémbalo y clavicordio, cuando relata: En su cámara [la del príncipe Don Juan] había un claviórgano, e órganos, e clavecímbanos, e clavicordio, e vihuelas de mano, e flautas, e en todos estos instrumentos sabía poner las manos.

La música escrita para clave no se distingue de la de órgano hasta la segunda mitad del s. XV, en el que aparecen colecciones como el llamado Códice de Faenza (Italia) o el Buxheimer Orgelbuch (Libro de órgano de Buxheim), una colección de
256 piezas anónimas y de diversos autores recopilada entre 1460 y 1470 en el actual distrito de Unterallgäu (Alemania). En España, las dos primeras colecciones importantes de música para instrumentos de tecla son las de Luis
Buxheimer Orgelbuch, portada
Vega de Henestrosa (ca. 1510-1577) con su Libro de cifra nueva para tecla arpa y vihuela (Alcalá de Henares, 1557) y la recopilación de obras de Antonio de Cabezón (1510-66) llevada a cabo por su hijo Hernando en 1578.

Aunque del título y contenido no se desprende diferencia entre unos u otros instrumentos de teclado, el propio Venegas dice en el prólogo de su libro: Es de saber que hay diferencia del monoacordio al órgano… y da instrucciones para la ejecución de notas largas con la mano izquierda, que en el órgano se debía realizar manteniendo la mano fija en la correspondiente tecla mientras en el “monoacordio” debía ser pulsada en cada compás o incluso cada medio compás. Cabezón, por su parte, declara sobre el órgano: Muéstrase también la majestad y señorío de este instrumento en el aparato y servicio que solo él tiene entre todos los demás, y no consentir ser tocado de manos rudas y principiantes ni ejercitarse en él la gramática del enseñar, ni la molestia del aprender y estudiar, teniendo otros instrumentos menores, a quien tiene cometido esto, que son los que llaman monoacordio [3] y clavicordio.

Inicios comunes y diferentes destinos de instrumentos que permitieron a los grandes compositores de música para teclado hacer el viaje de ida y vuelta entre  ambos instrumentos -casi un símil musical del que hizo Bach entre Arnstadt y Lübeck para tratar de suceder al gran Buxtehude-. Viaje que hoy nos permite gozar de una música excepcional con líneas melódicas que pueden llegar a semejar las filigranas de un retablo barroco, multiplicadas en contrapuntos que las asemejan a las columnas y nervaduras de una catedral gótica y con una armonía similar a la serena solidez de los grandes paramentos catedralicios románicos.




[1] “Su sonido es el de dos esqueletos copulando sobre un tejado de hojalata”. 
[2] En 1829, F. Mendelssohn redescubrió La pasión según San Mateo de Bach y la interpretó en concierto el 11 de marzo de 1829.
[3] Instrumento más sencillo que el clave y el clavicordio, dedicado casi exclusivamente al aprendizaje.

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