09 octubre, 2015

¿De Barroco hasta el coco?





Quienes conocimos la música barroca a través de los conciertos y las grabaciones de los años 50-60 descubrimos todo un nuevo mundo sonoro en las primeras interpretaciones con “instrumentos de época” o sus reconstrucciones. En ellas percibíamos, sobre todo, una nueva tímbrica instrumental y orquestal, más acorde con lo que debieron ser las versiones originales de la época.

Llegó después el llamado historicismo, un movimiento más o menos coordinado de todo un ejército de músicos-investigadores afanados en encontrar la verdad  de la música antigua, renacentista y barroca. Luego, la cuestión se convirtió en moda
Manuscrito de Bach para laúd
(todo tiene un fuerte componente de moda en la música) y apareció todo un aluvión de teóricos de la interpretación “históricamente informada”.
 
Centenares de músicos encontraron en ella una salida laboral que nunca habrían logrado en la interpretación que en décadas anteriores era convencional, explorando un muy rentable y, sin duda, respetable nicho de mercado (aspecto de la música íntimamente ligado a la moda) intensivamente explotado por las empresas discográficas.

Los teóricos de la interpretación proliferaron como los hongos en un otoño húmedo y cálido e invadieron todos los ámbitos de opinión pontificando con la suya: “la verdad” –ahora con comillas, claro-. Si como decía Santo Tomás de Aquino, in medio est virtus, estaba claro que muchos aficionados iban –íbamos- a reaccionar frente a tal invasión con un cierto rechazo, menos teórico que práctico, a la rigidez dogmática de tanto “talibán”. Y fue así como algunos llegaron –o llegamos- a estar “de Barroco hasta el coco”.

Solo a través de los conciertos y grabaciones de los verdaderamente grandes investigadores-intérpretes fue posible la “re-conciliación”. La escucha de ese tipo de interpretación se hizo placentera a quienes la habíamos adorado en aquellas Pasiones de Frübeck de Burgos en el Monumental o las de Karl Richter en el equipo de sonido de casa.

Barroco así, si

Con estos antecedentes, el aficionado medio celebra volver a escuchar a una gran artista como Ann Hallenberg en el ciclo Grandes Cantantes de la Temporada Lírica organizada por la Orquesta Sinfónica de Galicia y Amigos de la Ópera.

Ann Hallenberg
Hallenberg es bien conocida en Galicia a través de sus actuaciones en el Fetival Mozart (en un memorable Giove in Arco, pasticcio haendeliano dirigido por Alan Curtis y, sobre todo, en  el que fue todo un referente de esta música: Via Stellae, un festival que en su momento llegó a estar a la altura de los mejores de Europa en su clase, en el que hizo un Ariodante realmente antológico.


En Via Stellae hizo también un Farinelli, el mito veinte años después del filme, antecedente inmediato de este Farinelli, primo uomo assoluto presentado el jueves 8 en el Teatro Rosalía de A Coruña. Me remito a lo escrito entonces sobre la gran mezzosoprano sueca. Sólo puedo añadir la emoción renovada en el concierto del Rosalía, más allá del absoluto domino vocal y escénico de Hallenberg y del entusiasmo que desata en sus arias di bravura.

Es en las arias amorosas donde su interpretación ahonda  en el sentimiento y lo transmite más de corazón a corazón que de voz a oído. Son justo esos los momentos “que te transportan”, como dijo muy acertadamente una buena aficionada. Y es que si hemos logrado pasar ese “Cabo de las Tormentas” del dogmatismo es precisamente porque grandes artistas como Anne Hallenberg usan su instrumento, su técnica y su musicalidad para agarrarnos el corazón y apretarlo, más allá de la técnica o las modas.


Porque lo que te hace sentir es precisamente lo más valioso de un artista, haciendo un puñal que nos atraviesa de una simple sílaba, como en la contracción subrayada en el primer verso del aria Ombra fedele anch’io de Broschi (el hermano de Farinelli), o en el largo melisma sobre el "ta" de “inmortale” del Alto Giove porporiano, que hubiéramos querido inacabable por su belleza que te lleva a las alturas. Y no digamos en el aria Lascia ch’io pianga, del Rinaldo de Haendel, propina siempre deseada en estos recitales que Hallenberg hizo desear al público regalándola en tercer lugar fuera de programa.

Les talents Lyriques


Una parte realmente importante del éxito de este concierto se debió sin ningún género de dudas al soberbio desempeño de Les Talents Lyriques y Christophe Rousset. Una orquesta con todos los pros y ninguno de los contras de sus homólogas: un sonido perfectamente empastado y de gran riqueza tímbrica se une a su prácticamente perfecta afinación para hacer música de verdad, siempre al servicio de la voz ¡y de la partitura! La orquesta lo dio todo acompañando a Hallenberg y en las oberturas de Polifemo y de Siroe, ambas de Nicola Porpora, y en la de La more di Abel, de Leonardo Leo.

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