30 mayo, 2015

Un concierto de principios




Os contaba en la primera entrada de Líneas Adicionales que en este blog quiero ser fiel a mis orígenes como ‘escribiente’ musical, que no son otros que mis principios (inicios y normas) como melómano. Y de principios tenemos que hablar en el concierto de la Orquesta Sinfónica de Galicia del día 15, que removió unos y otros. Por las dos obras programadas y por coincidir, que no por celebrarse, el 23º aniversario de su concierto inaugural.

Por edad, La Pastoral y Shejerezada (con perdón [i]) están en el origen como melómanos de un buen número de los asistentes habituales a los conciertos de la Sinfónica. En los años sesenta, los discos escaseaban en España y las sinfonías de Beethoven y este poema sinfónico de  Rimski-Kórsakov eran de las pocas grabaciones que se podían encontrar con cierta facilidad. Por ello, una buena parte de los aficionados de más edad tenemos estas dos obras en el fondo de nuestros recuerdos.

Personalidad o fidelidad
Segerstam hizo una versión de La sexta que se podría calificar de ‘muy personal’. Su capacidad de mostrar unas líneas melódicas diáfanas y unos planos sonoros idóneamente dispuestos se ven favorecida por la edición crítica de Jonathan del Mar (Bärenreiter), que hoy es como la Biblia de las nueve de Beethoven por su fidelidad a los textos originales.

Segerstam durante el concierto
(foto Xurxo Lobato, cedida por la OSG)

Con estas herramientas, el maestro finlandés hizo una versión con ‘facilidad de llegada’ a una buena parte del público, pero de sufrida ejecución para los músicos. Esto, especialmente, por unos tempi más premiosos que calmados y que llegaron a producir alguna imprecisión. Pero también por una notable dosis de exceso retórico.

Secciones de violas, chelos y contrabajos 
(foto, Xurxo Lobato, cedida por la OSG)
Segerstam logró extraer toda la gran calidad de sonido que atesora la Sinfónica; vaya como muestra la sedosidad de las cuerdas y el brillo áureo de las trompas en el segundo movimiento, Escena junto al arroyo,  y la sonoridad casi meteorológica en el cuarto, La tormenta. En este sentido, junto al viento del piccolo de Juan Ibáñez, fue muy de destacar la impecable ejecución de su parte por los contrabajos: ésta es entendida por algunos colegas suyos como mera producción de ruido imitando los truenos. La sección comandada por Diego Zecharies hizo que cada nota llegara al auditorio como llegan esos truenos secos cercanos, cuyos ecos se escuchan con meridiana claridad a medida que el sonido rebota en nubes más y más lejanas.

En el quinto movimiento, Sentimientos de alegría y gratitud tras la tormenta, el color del canto conjunto de violas y chelos tuvo esa magia sensorial de la sinestesia, con un sonido que asociaba dos recuerdos: el de un tacto aterciopelado en el sonido de los chelos y el de un cierto aroma a cedro en el de las violas.

Solo o en compañía de otros
Chestiglazov al frente de los violines 
(foto, Xurxo Lobato, cedida por la OSG)
Tanto la obra de Beethoven como especialmente la de Rimski  ofrecen ocasión de lucimiento a los solistas. De una u otra forma, Segerstam supo motivar a los de la Sinfónica y éstos volvieron a tener una de esas tardes de especial brillantez a las que nos tienen acostumbrados. En primer lugar hay que destacar al concertino, Viatcheslav Chestiglasov, un músico de gran proyección que, en la primera prueba de selección en la que optó a un trabajo en una orquesta ganó, nada menos, la plaza de concertino en la WDR Sinfonieorchester Köln (Orquesta de la Radio de Colonia).

Desde el primer solo tras la explosión broncínea de los primeros acordes del tutti orquestal y la veladura de los de las maderas, supo expresar con especial gracia toda la complejidad del personaje de Las mil y una noches y su sinuosa narración. La complejidad de las tramas de los cuentos de  la joven Schejerezada  se reflejó de forma casi física en los arpegios del violín en la sección final -La voz de Schejerezada- del tercer movimiento, El joven príncipe y la joven princesa.

En definitiva, el violinista coruñés fue el hilo conductor de una Shejerezada que resultó notable, ante todo, por la calidad de los solistas y secciones de la Sinfónica. Todas éstas pusieron a disposición de Segerstam su mejor sonido y esa ductilidad dinámica y expresiva que caracteriza al conjunto gallego. Seda en las cuerdas, bronce en los metales, riqueza de color en las maderas y precisión en la percusión fueron la sólida base  de la que nacieron solos de gran belleza.

Secciones de trompas y percusión
(foto, Xurxo Lobato, cedida por la OSG)
Así fueron los escuchados en la dorada y tersa luminosidad de la trompa de José Sogorb y los ecos de ésta en los solos de sus compañeros: el misterio surgido de la flauta de Claudia Walker Moore; en el oboe de David Villa, de generosa respiración y sugerente voluptuosidad; el sentimiento en el diálogo del chelo de Gabriel Tanasescu con el  clarinete de Juan Ferrer y el oboe de Villa, la gracia del fagot de Steve Harriswangler o el arpa de Celine Landelle, que estuvo en el fondo de las historias como el lecho desde el que el  Schejerezada narra sus cuentos al sultán. En los metales, aparte del mencionado Sogorb, John Aigi Hurn llevó su trompeta del desgarro inicial del primer movimiento a la dulzura del final del segundo e impresionó la autoridad del trombón de Eyvind Sommerflet.

También hubo aquí su dosis del exceso retórico mencionado para la Pastoral, aunque Shejerezada sea obra que se perjudica menos con ello. Como remate, en el movimiento final Segerstam pidió a los músicos una serie de gritos, que él mismo encabezó, que añadieron una cierta dosis de dramatismo en el episodio del naufragio de la nave de Simbad. ¿Gratuitamente? Eso que lo juzgue cada cual según su gusto o criterio. O sus principios.



[i] El nombre está escrito con arreglo a las normas de transliteración de la Real Academia Española, prefiriéndolo sobre el tradicionalmente utilizado Scheherezade, transliteración alemana del título original ruso, (Шехерезада en alfabeto cirílico). Sin embargo, la transliteración no es exacta, pues la cuarta sílaba (за) no tiene una pronunciación directa en castellano, ya que (з) se pronuncia más como la letra (s) en la palabra francesa poison (veneno), que como la doble ese (ss) de poisson (pescado).

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